Así se llamaba el periódico de la familia Santos en Colombia. Uno de los suyos llegó a la presidencia de su país y puso punto final al conflicto con las Farc. Y sólo eso –el tiempo– nos dirá del valor del acuerdo y su trascendencia. El premio Nobel de la Paz, en vez de estimular a su procurador principal, desató todavía mayores inquinas en una América Latina orgullosa de haber heredado de los españoles un producto nacional: la envidia. Primero fue su exjefe y mandatario, Álvaro Uribe, convertido en su principal opositor y que pareciera haber deseado alcanzar el galardón que finalmente obtuvo su sucesor y ex ministro de Defensa. Hoy Santos parece algo perturbado ante los insultos de una pasajera del mismo vuelo con destino a los Estados Unidos que no reparó en agravios a su gestión calificándolo del “peor presidente de Colombia”. En Harvard, donde enseña sus experiencia por tres meses, se lo nota más confiado y deseoso de reconocimiento, el mismo que se le priva en su propio país.

Esta no es tampoco una característica personal del ex jefe de Estado colombiano. Es un rasgo de carácter de todas las figuras púbicas que han torcido un destino trágico y cambiado las cosas. Las confrontaciones se prolongan por los años como esos ajustes de cuentas entre mafiosos que acaban saldando en el nieto una asumida por el abuelo. El conflicto en realidad es un buen negocio para muchos, y mantenerlo inacabado es por supuesto algo que rinde pingües beneficios a varios que pueden afirmar estar cansados del mismo pero que sin embargo lo “fogonean” para medrar. Están desde los traficantes de armas, drogas, consultores, espías, políticos y negocios que se hacen a la sombra y a la claridad del mismo. Terminar con una historia de muerte, secuestros, pobreza y marginalidad no es fácil y no acaba con la firma de un protocolo con fotos de ocasión. A pesar de que Santos sostiene que el proceso de paz es irreversible, se percibe en sus expresiones el deseo de que eso sea verdad aunque claramente se infiere que su artífice no está muy seguro.

Mas de 50 años de una guerra civil que desangró a Colombia tiene varios responsables y sus efectos se extienden en diferentes sitios. El conflicto consolidó el lucrativo negocio de las drogas que maneja recursos superiores incluso a los del combate gubernamental. Permeó de corrupción a las fuerzas de seguridad y de justicia para finalmente extender la percepción de que no había un orden posible mas que contentarse con sobrevivir a la confrontación.

La historia juzgará los actos de Santos, los de la Farc, Uribe y otros protagonistas de una historia de sangre y horror que nos ha dolido a todos. Solo el tiempo podrá dilucidar si el Premio Nobel ha sido entregado a la persona correcta y si los terroristas en realidad querían la paz. En el medio, el pueblo seguirá buscando sobrevivir al cinismo, la mentira y una realidad desigual que estimula de manera constante a que el conflicto tenga un argumento y razón. Pero reitero, solo el tiempo (no el periódico que ya ha sido vendido por los Santos) nos podrá decir la verdad sobre esta dolorosa tragedia latinoamericana. (O)