Una mujer policía de Brasil que mató a disparos a un delincuente que intentó asaltar a unas madres de familia en el exterior de una escuela, tras alcanzar popularidad por su actuación, fue elegida diputada. Antecedentes como este muestran por qué las propuestas del ultraderechista Jair Bolsonaro –que para muchos son racistas, homofóbicas o antiliberales– tienen amplia acogida entre los electores de ese país.

La primera encuesta de intención de voto para la segunda vuelta electoral presidencial de Brasil arrojó una preferencia de 58% de los votos válidos (que no incluye nulos ni blancos) para Bolsonaro; mientras que el candidato Fernando Haddad, delfín del expresidente Lula da Silva, obtuvo el 42%. En la primera vuelta, Bolsonaro captó el 46% de los votos y Haddad, el 29,28%.

El hastío por políticas fallidas, incapaces de combatir los males que aquejan al país, lleva a los electores a encargarle el poder a quien les ofrezca el cambio. Ese comportamiento electoral oscilatorio volverá a darse cuando ocurran excesos del poder que hagan voltear la mirada hacia el extremo opuesto, porque como sociedad no se exige encontrar soluciones estructurales sino que se vota por acciones rápidas o por rechazo. (O)