El 5 de octubre se cumplió el primer centenario de nacimiento del poeta cuencano César Dávila Andrade, uno de los grandes de la literatura en español. Varias actividades se han organizado para recordar este onomástico y, especialmente, para sugerir la relectura de la obra poética, narrativa, ensayística y periodística de Dávila, pues no hay mejor homenaje a un autor que hacer nuevas aproximaciones para intentar comprenderlo. Un ejemplo de ello es el número 119 de Rocinante, la revista de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo, que trae artículos de Bruno Sáenz, Jorge Dávila Vázquez, César Chávez y Daniela Alcívar Bellolio.

Lo más novedoso de esta celebración centenaria viene de la Editorial El Fakir, que ha publicado Bestiario, una caja con siete cuadernos o revistas cuyo motivo central es Dávila. Uno de ellos, precisamente, es un comentario de Yanna Hadatty, “Releer al Fakir a 100 años. Palabra e imagen”, en el que explica el sentido de esta publicación que emplea los recursos de la novela gráfica (o narrativa gráfica) para presentar cinco cuentos del autor. Con dibujos de Eduardo Villacís, Vinatería del Pacífico relata los inquietantes sucesos que obligan a un joven trabajador en una fábrica de vinos en Guayaquil a guardar un terrible secreto.

Con ilustraciones de Luigi Stornaiolo, Cabeza de gallo muestra las visiones que unos ritos arcaicos y sangrientos producen en un caserío de la Sierra. Estos dos relatos se presentan completos y los artistas los acompañan con imágenes que nos permiten imaginar lo que pasa en el papel. Pero la verdadera apuesta por otra forma de acercarnos a Dávila Andrade se da en los tres cuentos que vienen en la forma de narrativa gráfica. Con texto adaptado por Álvaro Alemán, Carlos Villarreal Kwasek nos entrega El cóndor ciego, toda una historia gráfica, en el que es notorio el arte de ilustrar los bajos fondos de nuestros políticos.

Y, con textos adaptados por Gabriela Alemán, el mismo Villarreal crea Ataúd de cartón y La batalla. El primero realiza una impresionante síntesis visual de una historia horrorosa de infanticidio, de la que no está ausente el poder masculino. El segundo es un recuento de cómo los acontecimientos históricos –una asonada militar– se mezclan con la cotidianidad de una fritanguería, en la que el desamor va llevando a la muerte. La visualización de estos cuentos –el dibujo, los colores, los formatos– es magistral. Villarreal ha captado los dramas y los misterios presentes en los cuentos de Dávila Andrade.

Dávila produjo extraordinarios registros en su poesía, de dimensiones místicas y metafísicas en Oda al arquitecto (1946), en Espacio, me has vencido (1946), o Catedral salvaje (1951), y también logró hacer un mural verbal repleto de angustia y dolor en Boletín y elegía de las mitas (1959), en el que la explotación colonial sigue resonando en los siglos venideros. Maestro de la prosa, fue un renovador en un tiempo en que el realismo social predominaba en los gustos de los lectores. Trece relatos (1955) y Cabeza de gallo (1966) son libros de cuento obligados para comprender la grandeza de Dávila Andrade.

(O)