A lo largo del año y mucho más con ocasión de las fiestas, nos llegan mensajes que describen la conducta y hablar típicos del guayaco.

Una conducta muy marcada: altiva pero relajada, abierta, generosa con el vecino y el desconocido; amante de la libertad en todos los aspectos de la vida: libertad de empresa, de expresión, de manifestaciones culturales, de religión, de asociación. Esa libertad con la que se conduce en todos los planos lo ha hecho acreedor de su fama de indomable, caótico y hasta de altanero. Es que la sangre que corre por sus venas no se doblega ante nada que no sean sus propias convicciones.

Capítulo aparte merece el vocabulario del guayaco, que lo hemos visto por varios medios, incluso resumido en forma de pequeños “diccionarios” que dan cuenta de la jerga que usan los porteños para su conversación diaria.

Una forma de hablar divertida, llena de frases ingeniosas y alegres; el guayaco es de hablar rápido, cargado de expresiones que parecen ligeras, pero en realidad están alimentadas de la llamada sabiduría criolla. Esa que se desarrolla en el transcurso de la vida, la que nace de la experiencia y el constante trajinar en libertad.

Escucharlo hablar ciertamente requiere traducción en ciertas partes; pero quien se familiariza con su vocabulario entiende claramente que su espíritu no conoce los límites ni siquiera en el idioma: si algo no tiene significado, él se lo inventa.

A esa tradición se suma ahora la leyenda de un personaje hecho con madera de guerrero, vestido de guayabera, construida a lo largo de los años, con capítulos de lucha y heroísmo, liderando la ciudad desde el sillón de Olmedo; porque la libertad cuesta conseguirla, y tanto o más, defenderla. Lo sabemos los guayacos que no hemos agachado la cabeza ni en los peores momentos de represión, y como ya lo he comentado en artículos anteriores, defendimos nuestra ciudad como el último bastión de la democracia en la reciente década totalitaria, para desde ella irradiar esperanza por días mejores al resto del país.

El guayaco es orgulloso de su entorno, mucho más desde que sabe que vive en una ciudad elegante, limpia y linda; esculpida con su trabajo, sus impuestos y sus sacrificios. No es vanidad sentirse orgulloso de lo que se consigue al calor del esfuerzo, por eso cada fiesta juliana y octubrina son motivos del júbilo que nos inunda a todos: a los que tenemos la bendición de ver la aurora gloriosa todas las mañanas, y mucho más, a sus nostálgicos hijos regados por el mundo, que en esta fecha hacen un alto para brindar por su tierra, para recordar sus raíces, y gritarle al mundo con el pecho hinchado el orgullo que se siente llevar en las venas esta sangre huancavilca.

Desde esta columna extendemos un caluroso y festivo abrazo a los guayacos en un nuevo aniversario de nuestra independencia.

¡Viva Guayaquil!

El guayaco es orgulloso de su entorno, mucho más desde que sabe que vive en una ciudad elegante, limpia y linda; esculpida con su trabajo, sus impuestos y sus sacrificios".

(O)