Carmen tiene 35 años, dos hijos pequeños y un marido esquizofrénico y desempleado. Acaba de ser sometida a una cirugía reconstructiva de la pierna en un hospital público. Durante la intervención sufrió un paro cardiaco y los médicos la sacaron del trance. Después de unas horas en cuidados intensivos le dieron de alta al día siguiente, porque necesitaban la cama para otra persona más pobre y enferma que ella. No puede trabajar en lo que hace: lavar ropa ajena. Ella y su familia subsisten –por el momento– con la ayuda de una obra social de la iglesia, con el bono de la pobreza y con la solidaridad de una vecina que les hace compras, les cocina y cuida a su hijo más pequeño de 3 años, afectado de desnutrición. Convalece en compañía de su familia en las dos piezas por las que paga 80 dólares mensuales, en un conventillo del extremo sur de Quito, en las faldas del Ungüí. Su situación describe la primera acepción del significante “miseria” en el Diccionario de la RAE: Estrechez o pobreza extrema.

Un “tour” de supuestos observadores internacionales visita Quito e insulta a los ecuatorianos con su presencia, para dizque preservar los derechos humanos de un expresidente de la República acusado del secuestro de un opositor. El costo de la gira es supuestamente asumido por una colecta de simpatizantes del exmandatario, aunque sabemos que los honorarios de los bien pagados y mercenarios visitantes deben superar holgadamente la modesta cifra alcanzada por la “vaca” criolla. Se trata de una obscena exhibición de poder y de dinero en un país pobre, semejante a la de algunos de nuestros más acaudalados empresarios, que son superlativamente ricos, y que jamás se contentarán con ser solamente ricos. Una exhibición impúdica como la de muchos de nuestros políticos y funcionarios ladrones, que se salen con la suya y encima demandan a sus denunciantes. La esencia de todos estos personajes cumple con la segunda acepción de “miseria” en el mismo Diccionario: Condición de miserables.

Una porción significativa de la clase media y media alta quiteña vive absorta en sus mezquinas preocupaciones narcisistas, ajena a quienes viven en la miseria y a los excesos de los miserables. Su chata existencia transcurre entre sus empleos seguros, sus fiestas de fin de semana, sus planes vacacionales de Navidad en Orlando y su dependencia del teléfono celular y las redes sociales, a las que dedican todo el tiempo que pueden: “siguiendo” a los famosos, peleándose o coqueteando con personas que no conocen, colgando fotos que a nadie le importan, escribiendo comentarios a quienes no los leerán, y soñando con ser influencers y “marcar tendencias”. Sus preocupaciones sociales jamás traspasarán la penita pasajera o la limosna casual ante alguna escena callejera o noticia de la televisión. Sus inquietudes políticas jamás trascenderán el tuiteo insultante contra cualquier (anti)correísta o el reenvío de un meme satírico contra el presidente o el alcalde. La existencia de estas personas satisface las acepciones tercera y cuarta de “miseria” en la obra citada: Tacañería o avaricia // Flaqueza, debilidad o defecto.

Usted, amable lector/a, ¿conoce alguna persona incluida en cualquiera de estas acepciones de “miseria”? (O)