En la columna de la semana anterior analicé las razones por las cuales la gestión del alcalde Nebot tenía tan alto nivel de aprobación luego de 18 años en funciones.

Comenté que las políticas de la actual administración de la ciudad estaban encaminadas fundamentalmente a los grupos más vulnerables de la ciudad.

Pues hoy voy a centrarme en algo a lo que los guayaquileños nos hemos acostumbrado, pero que no es común en el resto del país. Algo que se ha convertido en el día a día de quienes vivimos en la ciudad de las bellas palmeras. Voy a referirme a la obra pública que se ejecuta en la ciudad.

El Presupuesto General del Estado se gasta en su gran mayoría en la ciudad capital. No me refiero únicamente al gigantesco rol de pagos que en la última década se triplicó (y respecto de lo cual, el ministro Richard Martínez realiza valiosos esfuerzos para racionalizar el gasto y equilibrar las finanzas públicas), sino además a todos los bienes y servicios que demandan las oficinas públicas y que obviamente, en su gran mayoría también, son suministrados por empresas de la capital.

De modo que si la Alcaldía de Quito es o no eficiente, no hay problema; el papá Estado desparrama todos los recursos del erario para que haya suficiente circulante, negocios y riqueza en la ciudad; para que se sigan llenando los restaurantes, para que sigan vendiendo vehículos, para que el sector de la construcción no decaiga, para que a las consultoras y firmas de servicios no les falten trabajo ni clientes.

Debo precisar que esta distorsión no es exclusiva de nuestra capital; es mal común de los estados centralistas como Perú, Chile, Argentina, Panamá o México.

Pero para las ciudades que no hospedan al gobierno central, la realidad es otra; la riqueza se construye palmo a palmo, a base del sector privado y a punta de creatividad para sortear todas las trabas que desde las alturas se hilvanan para impedirlo.

Y entonces, allí sí, el éxito o fracaso de la administración municipal es neurálgico para el progreso económico de sus ciudadanos, pues un municipio que cuida su dinero, que lo invierte responsablemente y que genera riqueza, se convierte en aliado del sector privado y con este, de sus ciudadanos.

¿Y no es acaso objetivo primordial de una administración municipal generar bienestar de sus ciudadanos mediante la satisfacción de sus necesidades fundamentales?

Pues qué mejor manera de hacerlo que destinando el 85% del presupuesto de Guayaquil a obra pública, ejecutada por el sector privado mayoritariamente, convirtiéndose en el principal generador y distribuidor de riqueza y en el dinamizador de la economía local.

Estimado lector, si pregunta o revisa cómo está esa relación presupuesto vs. obra pública en otras ciudades del país, entenderá por qué Guayaquil puede darse el lujo de inaugurar obras todo el año, de tener servicios públicos de buena calidad y mantener a sus empleados y contratistas al día en sus pagos.

Este es el modelo que será evaluado en las próximas elecciones seccionales, modelo que todo el Ecuador admira, aplaude e incluso envidia; modelo que esperemos se mantenga y perfeccione en los próximos años. (O)