Desde la instauración del socialismo del siglo XXI en Venezuela (1999) no existe un acto político que demuestre un signo de rectificación o reforma en la línea de satisfacer los requerimientos básicos de la población, que cansada de esperar, abandona el país en busca de un futuro de esperanza, en otros de la región.

No han servido de nada las medidas económicas de Estados Unidos, las invocaciones del papa, los llamados de la Unión Europea, de los organismos internacionales como la OEA y ONU, han caído en saco roto. Después de presenciar este escenario, la gran pregunta es ¿cuál va a ser la situación de este país en el mediano y el largo plazo, a sabiendas de que tiene un Gobierno sostenido por la fuerza, como fue la URSS y sus “satélites”, como lo son Corea del Norte y Nicaragua? Donde no hay democracia y el Gobierno se mantiene por el apoyo de una casta militar y policial, no va a pasar nada. El presidente de Venezuela aspira a terminar su mandato, y ceñirse la banda presidencial el señor Cabello o la señora Rodríguez; el modelo continuará por años hasta que el experimento estalle desde adentro y se conduelan los países vecinos para contener una catástrofe humanitaria. En esta perspectiva que podría ser vista como ficción, se puede esperar el cambio del mapa de Sudamérica, que por la fuerza de las circunstancias, la comunidad internacional se vería abocada a reconocer que Venezuela es un Estado fallido e inviable. Entonces se cumplirá la paradoja de que el ejército patriota que le dio la libertad e independencia a Venezuela en el siglo XIX con Simón Bolívar a la cabeza, se la quita en el siglo XXI exaltando el discurso del Libertador. La historia enseña que las situaciones de conflictividad nacionalista, étnica o de crisis alimentaria y económica, han terminado con Estados que se creían “eternos”.(O)

Jaime Eduardo Almeida Reyes, Quito