Con la frase “Cada hombre, cada mujer, carga con su propia maldición” empieza la escritora Claudia Piñeiro su novela Las maldiciones. Una novela que no parece ficción, una novela tan real como absurda es la cotidianidad política de nuestros países; una novela tan argentina como latinoamericana; una novela digna de leerse como todo lo que ella escribe.

Un político y sus ambiciones recurre a todo lo que podría darle votos en las próximas elecciones, no tiene límites, su objetivo electoral y la asesoría de quien maneja su imagen conducirán la vida de quienes le rodean, eliminarán obstáculos, chantajearán y tenderán trampas sin importar nada, sin escrúpulo alguno. Si volteamos a ver la realidad, comprobaremos que Claudia no inventó nada, que simplemente con maestría escribió y nos contó lo que nos negamos a creer.

Cada ciudad, cada país, parece que carga con su propia maldición, me atrevo a parafrasearla. ¿Se acuerdan ustedes un día, un año, una época de sosiego en la política ecuatoriana? Yo no. Vamos de tumbo en tumbo. A pesar de las veces que hemos acudido a votar, nos seguimos equivocando en la elección, votamos al menos malo, al que le pueda hacer sombra al “malo conocido”, pero sin la esperanza de que ese sea un “bueno por conocer”, sino con la certeza de que el anterior era peor. Y así nos pasamos la vida, equivocándonos. Y así se nos pasa la vida, arrepintiéndonos y quejándonos de nuestra insensatez.

¿Pesará alguna maldición sobre nuestros pueblos? Soy una persona por demás escéptica, no creo ni en la suerte; sin embargo, esta novela me dejó pensando de dónde sale tanta codicia, tanto afán de enriquecimiento, tanta falta de escrúpulo, tanto mal gobierno, tanta alcaldía mediocre.

La reciente chispería, chuma o borrachera del burgomaestre de Quito ha sacudido las redes sociales, mas no los medios, (tengo la impresión). Hay quienes se han indignado ante su estado etílico, hay quienes lo defienden: ¿Quién no se ha enchispado, chumado, emborrachado alguna vez? No sean moralistas, no hagan leña del árbol caído... Muchos hemos bebido de más, es verdad, pero ni somos alcaldes, ni hemos tomado representando a nuestra ciudad en un acto público. Hay quien lo defiende victimizándolo y sacando a relucir toda la grosería y prepotencia de Rafael Correa, como si un mal mayor justificara la actuación de Rodas. ¡Ambos son peores!

No creo que la intención haya sido atacar al alcalde como ser humano, sino que su estado sirvió de pretexto y se rebasaron los límites porque los ciudadanos están hartos de vivir en una ciudad sucia, desordenada, llena de pasos a desnivel que no han logrado sacarla del caos vehicular, sin una planificación urbana coherente.

Lo único cierto es que me duele Quito y cuando la pienso siento la nostalgia que describe este párrafo de Patria, de Fernando Aramburu: “El día en que asesinaron al Txato llovía. Día laborable, gris, de esos que parece que no terminan de estirarse, en los que todo es lento, está mojado y da lo mismo la mañana que la tarde. Un día normal, con la punta de los montes que circundan el pueblo tapada por las nubes”.

(O)