Los correístas han sacado su grito de guerra a las calles: “Lenín, chao; Lenín, chao, chao, chao…”. Han ratificado su lenguaje de amigo / enemigo, de antagonismo y confrontación, esta vez volcado a desestabilizar al Gobierno desde la oposición. Impusieron hace diez años ese lenguaje y no lo sueltan. Quieren ver a Moreno, el traidor, fuera del Gobierno. Y lo hacen cantando bajo la tutela del escudero mayor, el cínico y desvergonzado Ricardo Patiño.

A falta de argumentos potentes para cuestionar a Moreno, porque saben que todo se les vuelve como un mortal bumerán, no tienen otro grito que el de traidor. No perdonan a Moreno haberles descuidado las espaldas, desmontado el mito del caudillo y desnudado los increíbles abusos de poder, la corrupción y la ineficiencia. Ninguna de las acciones de la revolución ciudadana puede, a la luz de todo lo descubierto en estos 16 meses, mostrarse sin una mancha oscura. Prefieren la oscuridad de su trinchera a la autocrítica.

Pero sus argumentos siguen siendo deleznables. Hay quienes creen que Moreno debió corregir lo malo y reforzar lo bueno, pero no echarlo a perder todo. ¿Hablan en serio? ¿Con un personaje como Correa era imaginable una posición equilibrada de lo bueno y lo malo? ¿Y qué hacía Moreno, por ejemplo, con Glas, Serrano, Pólit, Baca, Capaya, Rivera? ¿Los escondía, como la mugre, bajo la alfombra? ¿Dónde metía Yachay, El Aromo, las hidroeléctricas, los préstamos chinos, el proyecto Pascuales, las escuelas del milenio, el régimen de contrataciones especiales, el manejo inmoral de los medios públicos? La cordialidad de lo bueno suponía tapar la corrupción y los abusos.

Los más críticos querían descorreizar el país por izquierdas y no por derechas, como si la revolución ciudadana no hubiera desacreditado lo de izquierdas, y la propia izquierda no tuviera comprometida su identidad y credibilidad en el proyecto Correa. Este grupo cree que la izquierda salió inmaculada del paso por el gobierno, con su agenda intacta, con Montecristi a la espera de ser reivindicada y retomada. Después de haber aclamado a Correa diez años, toman distancia del caudillo para salvar a la izquierda.

¡Que Moreno desmantela los logros alcanzados en una década! ¿A qué logros se refieren? ¿Al Estado? Pero si lo sepultaron con el gasto insostenible y un sobreendeudamiento onerosísimo. ¿A los derechos sociales? Cuando Augusto Barrera salió del Gobierno cuestionando el tipo de ajuste que se venía, no dijo una palabra de cómo hacerlo de modo diferente. El progresismo carece de una agenda creíble.

¿Qué esperaban de Moreno? La misma conducta servil, aborregada del séquito incondicional. ¿Se imaginan ellos una convivencia democrática y respetuosa entre Correa y Moreno si este se apartaba de la aclamación al líder y del elogio de la herencia recibida? En realidad, Patiño y los demás incondicionales lloran la pérdida de sus privilegios. Salieron del Gobierno entontecidos por el poder, con una inmensa deshonestidad intelectual, y muchos con los bolsillos llenos. Antes que hablar de traición, deberían verse en las propias miserias de esta transición costosísima para el país. No se escondan ni escuden en el discurso de la traición. Y en lugar de propiciar la desestabilización del Gobierno desde las calles, vean a Moreno como el producto de su propia imposibilidad. Moreno no expresa la traición, sino el fracaso revolucionario.

(O)