El gobierno del presidente Donald Trump pasa por un momento de turbulencias. En el centro de la tormenta se encuentra su propia condición moral, y su equilibrio emocional y mental para gobernar Estados Unidos.

El artículo anónimo publicado por un funcionario de la administración Trump en el New York Times, hecho inédito en la prensa norteamericana, ha prendido las alarmas: describe al presidente como una persona inmoral, sin principios últimos discernibles que guíen su actuación. No es un republicano de convicciones, no cree en la democracia ni en el libre comercio. Su estilo impetuoso, confrontador, bajo, ineficiente, caprichoso, le lleva a ser errático y a cambiar sus decisiones de una semana a otra. El artículo no describe una conspiración interna dentro del Gobierno, pero sí la resistencia de un grupo de altos funcionarios que frenan la agenda de Trump y sus peores inclinaciones.

El artículo coincidió con la publicación de un libro escrito por el famoso periodista del Washington Post, Bob Woodward, que describe el funcionamiento del Gobierno por dentro. Woodward, según los reportes de prensa, retrata a Trump como impulsivo, mal informado, desequilibrado e indisciplinado, y a su administración como una casa de locos. También los solemnes homenajes póstumos al senador John McCain, un republicano de la vieja guardia, héroe de los Estados Unidos, sirvieron para marcar los contrastes profundos entre los valores últimos de la nación norteamericana, destacados por todos los oradores durante el acto, entre ellos Obama, con la chabacanería del presidente.

Pretencioso, ególatra, machista y mujeriego, Trump anda también metido en un lío por haber pagado 130 mil dólares a una actriz porno y una suma igual a una exmodelo de Playboy para que guardasen silencio durante la campaña sobre sus andanzas de infidelidad. Una retahíla de colaboradores cercanos, abogados, jefes de campaña, han abandonado a Trump sin guardar para él la menor consideración ni respeto. Y el presidente ha respondido con iguales o peores expresiones, como llamar perra a una excolaboradora suya.

Es la esquizofrenia que genera el populismo en una nación capitalista próspera donde los valores de la democracia liberal y la ética del mundo de los negocios se han perdido. Obama dijo que Trump no era el problema sino el síntoma; vale decir, entonces, que detrás hay una gran enfermedad social y cultural. La podemos llamar poder y dinero vaciados de sentidos éticos. El dinero como expresión de éxito personal, como valor social supremo, y por lo tanto como carta blanca para desafiar todo límite. En medio de las acusaciones de infantilismo e inmadurez mental, Trump se definió a sí mismo no como una persona inteligente (smart) sino como un “genio estable”: empresario exitoso, estrella de televisión y ahora presidente. ¡Qué más se le puede exigir a una persona! La arrogancia del poder y el dinero desafiando a la grandilocuente nación norteamericana, a sus formas sociales y políticas convencionales, desde sus costuras más débiles. El narcisismo del poder y del dinero, la cultura de la televisión, el Estado resort –para el disfrute amurallado de los exitosos– y el desprecio hacia la cultura ilustrada –todo se puede comprar– marcan el rumbo desquiciado del capitalismo norteamericano en pleno siglo XXI bajo la conducción populista de Trump. (O)