No hay nada que no deje huellas, solo existen personas que quieren conocer o no la verdad parece ser un aserto más actual que nunca en nuestra sacudida América Latina. Los hechos de corrupción documentados en los cuadernos de Centeno en la Argentina resultan ser un prodigio de detalles donde los horarios, personas y lugares adquieren vida para relatarnos de manera directa cómo el Gobierno trasquilaba a empresarios y estos construían obras públicas probablemente de muy mala calidad donde perdían la vida quienes las financiaban. Al igual que la empresa brasileña Odebrecht , que estableció todo un departamento específico para lidiar con aquello que se denomina diplomáticamente como “cohecho pasivo agravado” (coima) en la que cayeron desde presidentes, ministros, jueces o fiscales en varios países latinoamericanos. Mientras se llenaban la boca con la palabra pueblo comían a doble carrillo todo lo que se pusiera enfrente. Pobre es solo ese pueblo que creyó en ellos y que hoy debe huir por miles desde Nicaragua hasta Venezuela. En el primero, Ortega le pide con sorprendente caradurez a los costarricenses les pase los nombres de los exiliados, como si no fuera suficiente la vergüenza de cargar con dicha penitencia.

Papeles que están revelando la corrupción de forma detallada y única. Los mismos que tendrían que ser razones para estudiar primero y corregir después los graves problemas que causan en la vida de varias generaciones gobiernos que hicieron de la corrupción su modus operandi para sostenerse hasta donde y cuanto pudieran. El argumento de que todas las anteriores también lo hicieron convierte a estas administraciones en verdaderas bandas criminales organizadas sobre la base de un libreto que privilegia el poder en su versión más codiciosa y ruin. Estos documentos que emergen en algunas acciones judiciales disputan su trascendencia con los efectos de sus acciones, como el caso de Argentina, donde su presidente esta semana ha tenido que lamentar ante su pueblo el no haber hecho las reformas necesarias al comienzo. Fueron, afirmó, los “peores meses de su vida desde su secuestro”. Lo son también para sus compatriotas que ahora enojados tendrán que dirimir la trascendencia de ese relato escrito de la corrupción y sus responsables con los de la pura y dura supervivencia que se viene. Es probable que triunfe lo último para sostener el mismo ciclo de postergaciones de nuestro subcontinente.

Es como cuando la democracia debe lidiar con grandes demandas y necesidades dejadas por las tiranías y la respuesta de un sector nostálgico sea: “antes vivíamos mejor” o “ robaban pero hacían”. Qué terrible dilema que padecemos en países donde ni la ley ni las instituciones sirven a los propósitos de conformar una sociedad más justa, equitativa y previsible.

Los papeles de la corrupción tendrían que ser guardados no solo en forma física sino en la memoria de los pueblos, que deben recordar porque han tenido que sobrevivir siempre a esta despreciable kakistocracia responsable incluso de las cosas que no pueden mejorarse y que hacen retornar la mirada con nostalgia a ese pasado documentado de corrupción que pretenden hacer olvidar con las limitaciones de los gobiernos que los sustituyeron. Al menos para documentar el momento, que los papeles hablen y condenen. (O)