El verano pasó soplado, como un tragafuegos incendiándolo todo. Hasta el polvo seco quedó reseco. Los parques verdes se tornaron amarillos, las calles gritaban de sed y a alguien se le ocurrió embutirles pilas de hojas secas en la boca para que se callaran. Silenciosas quedaron las calles, desiertas salvo por el otoño precoz del cual se enfermaron, otoño en agosto de hojas muertas, tan secas que bajo las pisadas crepitaban como llamas deshaciéndose en trizas. Me pregunto a qué se va a dedicar el otoño que acaba de empezar si ya le dieron desnudando todos los árboles. Le tocará buscarse un nuevo trabajo, uno que pague bien porque el verano no solo dejó maltrechos a los árboles sino también a la economía alemana: en casi 3 mil millones de euros calculan los agricultores su pérdida a manos de la sequía.

Yo a la sequía la vi desde mi ventana, y se me metió en las sandalias en forma de briznas afiladas en mis paseos al atardecer. Pasé el verano refugiada en casa y cuando por fin llegó el otoño y el cielo se puso gris y los techos del edificio de enfrente empezaron a brillar con el resplandor del agua, salí corriendo a la calle paraguas en mano. Para encontrarme con una noticia de lo más triste: la sequía había resecado no solo las cosechas sino también el corazón y la razón de algunos ciudadanos. En la ciudad de Chemnitz rondaba una turba enfurecida porque un alemán había muerto acuchillado. Enfurecida pero no con los asesinos (al parecer, un sirio y un iraquí) sino con todos los sirios y los iraquíes y los refugiados que en el mundo han sido. Y tanta bulla hicieron con su furia que hasta llegaron a las primeras planas de la prensa internacional: la xenofobia cobra fuerza en Alemania.

Pero no contaban con la astucia de esa gente que siempre seguirá siendo la mayoría y que se niega a estar del lado del odio, la irracionalidad, la generalización, la xenofobia, el racismo. Llegó el otoño y a las calles salieron también mujeres y hombres de mente y corazón sanos, aquellos que saben que un criminal es un individuo y no el representante de todo un pueblo.

Pero no contaban con la astucia de esa gente que siempre seguirá siendo la mayoría y que se niega a estar del lado del odio, la irracionalidad, la generalización, la xenofobia, el racismo. Llegó el otoño y a las calles salieron también mujeres y hombres de mente y corazón sanos, aquellos que saben que un criminal es un individuo y no el representante de todo un pueblo. (Y esta lógica, por cierto, se aplica también a los venezolanos: no porque a su vecina o al amigo de su amigo les asaltaron un par de venezolanos, es que debería usted asumir que todos los venezolanos son ladrones. Como si el puñado de ecuatorianos vagos y corruptos que todos conocemos fueran razón suficiente para que nos tilden a todos de vagos y corruptos. Imagínense… No, no hay derecho).

En fin, se acabó el verano y ya ven, he vuelto a leer los periódicos y a enterarme de las cosas que están pasando aquí y allá. He vuelto a salir a las calles con los ojos bien abiertos. Y además he vuelto a la escuela. Así mismo como oyen, porque cuando mi hija regresa a la escuela soy yo la que le compra la lonchera y entonces no puedo evitar acordarme de mi propia lonchera de hace fuuuuuu, esa lonchera metálica del Chavo con la que casi le rompo todo lo que se llama cara a un niño que me llamó “leche con moscas” porque yo era una niña blanca, pecosa y llorona.

Pero no solo mi memoria y mis ahorros terminan perdidos en las aulas escolares. Me toca volver en carne y hueso para asistir a las reuniones de “padres” de familia (a las que acuden principalmente mamás) donde las profes nos cuentan lo que van a aprender los guambras este año. Nosotras les escuchamos sentadas en unas sillas diminutas, con media nalga afuera, aplicaditas tomando notas en nuestras agendas (o al reverso de alguna factura arrugada).

Pero debo confesar que mi primer día de escuela no estuvo nada mal. Cuando la profe explicó algunos “propósitos fundamentales de la educación” en los que niños y niñas se enfocaban durante el año, me di cuenta de que una buena lluvia de estas actitudes y valores podría salvarnos de la resequedad de mente y corazón que parece habernos dejado este crudo verano: “1. Soy cortés y amable con todos. 2. Me adapto, acepto el cambio y doy la bienvenida a nuevas ideas. 3. Siempre intento hacer lo correcto. 4. Soy resiliente: sigo intentando aunque me cueste. 5. Me cuestiono las cosas, me pregunto por qué son como son y recojo evidencia antes de desarrollar una opinión. 6. Coopero: intento ayudar a los otros y trabajar en equipo. 7. Me comunico: sé expresarme y escuchar a los otros. 8. Antes de hablar, pienso: lo que quiero decir, ¿es verdadero, ayuda, inspira, es necesario, es amable?”. La última frase me la anoté con marcador permanente en la mano. Y ya no sale… (O)