El gobierno de Mauricio Macri enfrenta en estos días una dura prueba política frente a la incontenible devaluación del peso, la ola especulativa instalada en la economía, la acelerada inflación y las tasas de interés más altas del mundo. A los tres años de haber llegado al gobierno, Macri no ha podido resolver los principales desajustes macroeconómicos heredados del kirchnerismo, a pesar del giro en el modelo económico para sustentarlo en la inversión privada.

Hay tres hipótesis en juego, no excluyentes entre sí, para explicar los serios problemas de Argentina, cuya economía decrecerá este año y ha requerido un salvataje financiero del FMI por 50.000 millones de dólares: a) el todavía alto déficit fiscal, b) la falta de confianza en la política económica, y c) el bajo compromiso de los empresarios para traer sus capitales y ponerlos a funcionar. El primer problema abrió nuevamente el debate entre políticas graduales y de shock para corregir el déficit. Los más ortodoxos proclaman el fracaso del gradualismo y quieren llegar más rápido al equilibrio fiscal. De ese modo –aseguran– los mercados se calmarán. Sobre el segundo tema, las certezas son más vagas: ¿será la corrección del desequilibrio fiscal el anzuelo para que los empresarios traigan sus capitales, los inviertan y se jueguen por la economía nacional en un contexto globalizado?

Las medidas anunciadas hace quince días por Moreno instalaron un debate parecido en el Ecuador, aunque en un contexto menos dramático de inflación y devaluación (a nosotros nos ayuda la dolarización), pero igualmente complejo por los niveles de endeudamiento y déficit. Dos temas rondan la polémica: la velocidad del ajuste y la reactivación de la inversión privada para recuperar el crecimiento. Ya los economistas más ortodoxos, a pesar de las metas establecidas por el Gobierno para llegar al 2020 con superávit primario, hablan de un ritmo muy lento del ajuste. En la dirección correcta –dicen– pero muy lento. Y sobre lo segundo, si bien el Gobierno ha incorporado un paquete de incentivos tributarios muy importante para atraer la inversión privada, hay quienes creen que las medidas son insuficientes porque se mantienen el impuesto a la salida de capitales y el pago anticipado al impuesto a la renta, aunque modificado. Habría que añadir, entre los incentivos, un gabinete ministerial muy afín a los empresarios y un nuevo discurso –como el del achicamiento del Estado– que no deja duda sobre la voluntad del Gobierno de convertir a la empresa privada en el motor del crecimiento, la inversión y el empleo.

Pero la falta de compromiso de los empresarios con Argentina y Macri levanta preguntas para el Ecuador: ¿se jugarán los empresarios con Moreno? ¿Traerán sus capitales y los invertirán? ¿O dejarán la política económica sin sustento, en una suerte de vacío especulativo, como está ocurriendo en Argentina? Los empresarios han levantado el discurso de la confianza y la seguridad como entelequias para exigir más y más al Gobierno, pero no siempre activan sus inversiones ni están satisfechos con las medidas adoptadas. Después de la revolución ciudadana, cuyo manejo desastroso de la economía todos lamentamos, es mucho lo que se define en este giro de política económica como para que los empresarios no se jueguen con Moreno tanto como él se está jugando por ellos. Porque si esto no funciona ¿entonces qué? ¿Argentina? (O)