Era sábado pero igual alumnos del Liceo Los Andes dedicaron una mañana a pensar soluciones para el problema de los migrantes venezolanos que tienen en zozobra a los países de la región y sobre todo al nuestro, que encara una crisis económica de difícil manejo y que generará más desempleo y ajustes familiares para hacer frente a las medidas anunciadas.

Es interesante escucharlos, porque en general las posibles medidas las discuten y conversan los adultos. En esta ocasión eran chicos y chicas con dieciséis años cumplidos.

Señalaron con mucho énfasis la xenofobia y el rechazo a la población venezolana. Me asombró porque también se dan enormes gestos de solidaridad y apoyo. Desde albergues, comida, transporte, cobijo. Parecían ser mucho más sensibles al rechazo.

Su preocupación fundamental era cómo hacer que encuentren trabajo sin que esto vaya en desmedro de la población ecuatoriana y sin que los traten casi como esclavos pagándoles salarios irrisorios.

Señalaban que han acaparado la informalidad en los semáforos y yo les informaba que muchos que antes utilizaban esos espacios, hoy les cobran una cuota por usar esos lugares que consideran “propios”.

Es decir que en casi todos lados se les hace sentir con fuerza que son extraños y que esto es “mío” y que lo usarán o trabajarán según las normas o salarios que les impongan…

Para hacer frente a la xenofobia, hubo una propuesta muy original. Crear un espacio de comunicación abierto, separado por una barrera que impida ver del otro lado. Las personas solo se podrían comunicar escribiendo por computadora, sin oírse. Y allí tendrían la posibilidad de contar sus problemas, sus preocupaciones, sus esperanzas. El acento no delataría la nacionalidad y los participantes podrían descubrirse humanos con inquietudes y aspiraciones similares. No sabrían si están entre dos ecuatorianos, dos venezolanos o un ecuatoriano y un venezolano. Lo creativo de esta propuesta está en que la fraternidad básica entre todos nosotros no se fundamenta en el ver y oír, sino en el compartir desde el corazón, y después, solo después, verse y oírse. Reconocerse desde las nacionalidades diferentes, esa que separa en vez de unir. La clave estaba en no saber con quién se compartía, pero en querer hacerlo. Es una propuesta a profundizar.

Propusieron que a medida que los venezolanos entran y se quedan en el país se haga una base de datos con sus habilidades y sus profesiones, y que se los guíe hacia las poblaciones, lugares, regiones del país donde se requieren esos saberes y no hay la suficiente capacidad de población nacional para responder a esas demandas. Que se les entregue un carné que los identifique en el aporte que realizan. Mencionaron y compararon con zonas desérticas convertidas en vergeles por poblaciones desplazadas en otros países.

Insistieron en la integración basada en ferias de comida, música, canto, baile.

Una propuesta más elaborada decía que había que identificar la ruta del dinero robado en Venezuela por la corrupción, lograr recuperar esos dineros y que organismos internacionales lo entreguen equitativamente a los países de acogida para hacer frente a la emergencia humanitaria e invertirlo en emprendimientos de los migrantes.

Fue un trabajo enriquecedor, de sensibilización y compromiso, de toma de conciencia y de creatividad. (O)