A medida que vuela el tiempo vamos comprobando que las consignas y los fines de las luchas colectivas actuales, supuestamente novedosas y sorprendentes, forman parte de una cadena que viene del pasado y pueden reproducir tanto la gloria antigua como los mismos vicios del ayer. Esta es la sensación que deja releer el libro de crónicas, de Gabriel García Márquez, Por la libre. Obra periodística 4, 1974-1995, que recoge la visión del Nobel colombiano sobre el mundo en que no solamente vivió, sino en el que tuvo que convencerse de que podía transformarlo. Pero los combates que nos desvelan también traen instantes de ceguera.

Los escritos sobre esos veinte años producen nostalgias porque lo que pudo ser en un momento se trunca después. Para empezar, García Márquez apuesta con firmeza por la revolución socialista mundial, y por eso denuncia el atroz golpe de Estado de Pinochet en contra de Salvador Allende en 1973, un suceso que partió a los latinoamericanos. Las loas al presidente asesinado se fundamentan en el tipo de socialismo conquistado en las urnas y en su defensa de la legalidad estatal. El escritor entiende que “no se puede cambiar un sistema desde el gobierno sino desde el poder”. Por eso el entusiasmo garciamarquino por los insurgentes.

García Márquez reporta la sensación de felicidad del Portugal de 1975, cuando los militares ofrecían una libertad nunca antes vista, en la que hasta los accidentes de tránsito son considerados un espectáculo de la nueva patria. Cuba es vital para el novelista. De allí que viaje seis semanas por la isla para asegurarnos que la utopía cubana es una “realidad deslumbrante”: la nueva moral en la población, el activo rol de la mujer en la toma de decisiones, el vaticinio de que en 1980 “Cuba será el primer país desarrollado de América Latina”, la convicción de que la cubana “será una prensa democrática alegre y original”...

Conocemos en qué han derivado estas proclamas; basta señalar que el de hoy es un socialismo que no ha superado ni el machismo ni el racismo y que la igualdad de la gente está en vilo. La Operación Carlota –que llevó a decenas de miles a pelear por la liberación de Angola– es descrita con la exultación de una traviesa aventura del internacionalismo proletario. Hoy la literatura cubana nos describe el sacrificio de los muertos y mutilados que regresaron de esa guerra. La toma del Palacio Nacional de Managua por el sandinismo es elogiada por la astucia y la creatividad rebeldes. ¿Qué es ahora el régimen asesino de Daniel Ortega?

El periodismo de García Márquez está cobijado por un voluntarismo ilimitado. Así era en esos años que ocasionó ceguera. En una entrevista, Régis Debray le dice a García Márquez: “El Che nos recuerda que nada, en cualquier lugar del mundo, puede impedir que un puñado de hombres resueltos cambie el orden de las cosas”. Los estudiosos de la información están sosteniendo que un pequeño rumor, con adecuadas estrategias tecnológicas y comunicativas, puede convertirse en tendencia mundial. ¿Cuáles son las consignas militantes de nuestro presente que nos hacen gozar y que hacen vigente la ceguera?

(O)