En la civilización occidental y mundial el aporte de la Iglesia católica es de los más importantes. Nace por la propia iniciativa de Cristo para cumplir con sus objetivos trascendentales, difundir la fe en el nuevo dogma que incorpora aspectos conceptuales y pragmáticos no visualizados hasta ese momento como el perdón, el amor al prójimo, la caridad y otros que trastocan formas culturales anteriores marcadas por la búsqueda del poder, el disfrute individual y la conquista de los más débiles; y, contribuir al mejoramiento de la condición humana a través del desarrollo de la ciencia, la salud, la organización social y la educación. Para ilustrar lo dicho, menciono un solo ejemplo: la creación de las notables universidades de Boloña, La Sorbona, Salamanca y Oxford fue impulsada por la Iglesia.

El mensaje cristiano forma parte de la civilización occidental y su cultura está tachonada por claros elementos de su dogmática. Sus conceptos acerca de la virtud y de lo que está bien moralmente o no lo está, cuentan con el aporte de la doctrina católica. Valores como la probidad, honestidad, decencia o solidaridad contienen elementos religiosos. De igual manera, las normas de conducta de distinta índole como las consuetudinarias, morales, del trato social y, por supuesto jurídicas, llevan en sí esa indeleble impronta.

Sin embargo, por su inmenso peso histórico, errores propios y otras circunstancias, las ideas católicas han sido objeto de críticas por parte de quienes consideraron y consideran que son un obstáculo para un desarrollo humano diferente, concebido como posible y mejor. A lo largo del tiempo se han propuesto opciones distintas a la católica, formuladas por detractores y disidentes que han aportado también a la cultura mundial. Cada persona está en libertad de decidir su forma de concebir el mundo y de vivir su vida. El catolicismo debe ser asumido libremente como religión por quienes están de acuerdo con él. Aquellos que forman parte de su estructura institucional, sacerdotes y otros, tienen la especial responsabilidad de vivir de acuerdo con la doctrina asumida voluntariamente. Si no lo hacen y medran en ella para, en algunos casos, ocultar inconfesables rasgos de su personalidad, como la pederastia, el amor al poder, el acomodamiento y los lujos mundanos, corrompen al poderoso referente cristiano, envileciéndolo y propiciando la reacción social negativa por la comisión de esas acciones inicuas que provocan la repulsa de todos.

Diariamente nos enteramos de actos inenarrables cometidos por quienes deben ser ejemplo de coherencia con la doctrina religiosa que han adoptado. La Iglesia católica debe expulsar de su seno a estos infames individuos. También sería apropiado y beneficioso para sus intereses espirituales que quienes no estén de acuerdo con ella la dejen, para que esta se depure desde las ineludibles categorías de la virtud y la humildad. Quienes no se sienten identificados con ese referente tienen todo el derecho de conectarse con expresiones culturales con las que se asimilan, marcadas en ciertos casos por el individualismo exacerbado y la búsqueda sin límite del placer personal que prescinde de toda búsqueda de trascendencia a través del servicio al otro y a la humanidad… objetivos originales del catolicismo.

(O)