Venezuela fue por décadas el destino deseado no solo por latinoamericanos, sino incluso por europeos.

El boom petrolero del hermano país atrajo a migrantes en busca de las oportunidades que una economía poderosa y emergente prometía.

Yo tuve la oportunidad de estar en la Caracas de hace 30 años, y pude comprobar en primera persona cómo el pueblo llanero abrió sus brazos a los migrantes sin importar el país de procedencia.

Portugueses, españoles, italianos, árabes y latinoamericanos, principalmente, formaron parte rápidamente de las diferentes células sociales y sectores de la economía, entremezclados con los locales sin distingo alguno, ni mucho menos marginación.

Recuerdo al gallego dueño de la tienda del barrio, amigo de todo el mundo; al italiano de la tienda de quinielas del fútbol europeo, en donde se apostaban al final de la tarde todos los “viciosos”; al portugués del comedor de mariscos, a los sirios de la tienda de abarrotes. Todos queridos, integrados, tratados como si hubiesen nacido en la tierra de Bolívar.

Muchos de ellos habían dejado sus hogares, angustiados, llenos de dolor, como hoy lo hacen los venezolanos que huyen del infierno madurista.

Y la colonia ecuatoriana no era menor. Igualmente disgregados en diferentes sectores de la sociedad, desde los años 70 la migración a Venezuela fue importante, y también recibida con los brazos abiertos.

Yo solo tengo mágicos recuerdos de la Venezuela próspera, alegre, rumbera, solidaria y generosa. Y por eso me duele verla sumida en la miseria más profunda, en la tiranía más déspota, en el desgobierno más irresponsable, y a su gente, prisionera inocente de estos monstruos que más temprano que tarde pagarán el sufrimiento y dolor causado.

Pero hasta tanto, ¿qué podemos hacer nosotros desde acá?

Cerrar las puertas no es una opción. Y exigirles la presentación de pasaporte es una manera, ya ni siquiera disimulada, de hacerlo.

Me queda claro que el Ecuador, que apenas sobrevive una crisis económica heredada de los que se robaron todo, junto con la esperanza, no está preparado para afrontar adecuadamente la atención que merecen los cientos de miles de venezolanos migrantes, fundamentalmente en salud, educación y seguridad.

Que todo ello demanda importantes recursos, justamente los que por estos días escasean en el erario público; pero la solución no es tirarles la puerta en la cara y condenarlos, en algunos casos, incluso a una muerte segura, en caso de retorno a Venezuela.

¿O acaso alguien cree que los venezolanos que llegan caminando por Tulcán luego de días de viaje por tierra, enfermos y hambrientos, migran voluntariamente?

Que si tuvieran una opción de vida mínima quedándose en su patria, ¿no la tomarían?

Este Gobierno ha demostrado sensibilidad para tomar decisiones y para revertirlas cuando de alguna manera se perciben inoportunas o perjudiciales.

Por ello, exhortamos a las autoridades competentes a revertir, cuanto antes, la malhadada medida migratoria, que además de violar los derechos humanos de quienes simplemente son víctimas de una banda de miserables apoderados de una nación, deja en muy mal predicamento a nuestro país y su imagen en cuanto a la protección de los derechos humanos.

Hoy por ti, mañana por mí. Ayer por nosotros, hoy por ellos... (O)