En vez de exigirles a los venezolanos que presenten su pasaporte para ingresar al país, lo que el Gobierno debería hacer es unirse a la comunidad internacional que viene denunciando a la dictadura militar de Venezuela como una tiranía cruel, inepta y corrupta. Esa sería una actitud coherente con la tradición internacional del Ecuador y los tratados internacionales de los que somos signatarios, como es la Carta Democrática. Desde nuestra apertura hacia los perseguidos por las dictaduras de los años 70 hasta la Doctrina Roldós, el Ecuador no ha sido un país donde se han tomado decisiones como esta del pasaporte.

Lo que se ha hecho ahora con los venezolanos es como darles doble bofetada. Por un lado, se ha guardado silencio frente a los abusos de tan oprobioso régimen –algo por lo que la dictadura militar venezolana debe estar muy agradecida–, que no sea un tímido comentario por allí o un voto en la OEA por allá y, por el otro, ahora se les pide a los miles de venezolanos que huyen despavoridos que presenten su pasaporte, sabiendo que eso es prácticamente imposible. ¿No es suficiente con no habernos unido al Grupo de Lima, ni llamar a la dictadura militar venezolana por su nombre, ni exigir el inmediato fin del régimen chavista, ni denunciar públicamente sus violaciones de derechos humanos, para encima ponerles semejante traba con dedicatoria? Una dedicatoria a los más pobres, pues la élite chavista no solo que tiene pasaportes, sino que posee mansiones en Miami.

No llamarlo a Maduro dictador porque dizque fue elegido democráticamente, no denunciarlo como tirano porque dizque es un gobierno de izquierda, no protestar por sus abusos porque dizque ello constituiría una violación de la soberanía de Venezuela, no levantar la voz contra ese régimen porque dizque sería hacerle el juego a Washington es ciertamente un insulto a la inteligencia. Palabras más, palabras menos, eso fue lo que hicieron muchos gobiernos, intelectuales y empresarios durante el ascenso del nazismo en Alemania y del fascismo en Italia, o ante la dictadura estalinista en la Rusia soviética, o ante los regímenes como los de Pinochet y Videla. Los resultados de ese silencio son bien conocidos. Alto fue el precio que tuvo y tiene que pagar la humanidad no tanto por lo que hacen tiranos corruptos como Maduro, Correa y Ortega, sino por lo que la gente de bien, o que se dice de bien, calla ante sus abusos y mira a otro lado.

El respeto a la dignidad de las personas, la lucha contra la corrupción y la defensa de las democracias no deben estar sujetos a esos cálculos coyunturales, ni deben ser vistos como asuntos que no nos incumben. Pero no solo es que la exigencia del pasaporte es inhumana y cruel, y contraria a nuestra tradición, sino que también está sentando la base para un nuevo y más grave problema social, como es el tráfico de personas. ¿Está el Gobierno consciente de estos efectos no deseados? La medida debe revocarse. (O)