Por: Susana Salcedo de Egas *

Vivimos en un mundo donde las personas luchan por alcanzar óptimos niveles de atención y prevención de salud, pero convivimos en una cultura de muerte inmersos en el contexto de una sociedad light, dietética, que ha perdido su capacidad de asombro frente a las señales de alerta que van agotando su mensaje de alarma al producirse comportamientos atípicos, desafiantes de la norma y la convención social.

Hemos contemplado pasivos cómo el relativismo se toma el mundo y también nuestra sociedad. ¿Dónde quedó el legado de nuestros padres ante el permisivismo imperante?

No solo asistimos a la extinción de nuestros principios morales, sino que hemos renunciado a verdades que ya no lo son, o nos quieren convencer de que no tienen validez, y en su lugar toman la delantera otros supuestos que se erigen como los heraldos de un nuevo orden, donde todo es justificable para alcanzar un fin.

En nombre de una tolerancia donde todo vale, las huestes de la conciencia se han debilitado y hemos bajado la guardia y perdido capacidad de reacción ante los ataques, que en nombre de un seudoprogresismo reducen a la barbarie al ser humano, en una falsa relación de progreso-civilización, que invierte el avance y desarrollo de la especie hacia una involución y no una evolución.

¿Dónde ha quedado el ADN de nuestra historia familiar que fue el núcleo de cada célula y cada molécula generacional en la que nuestros padres almacenaron el tesoro más grande de nuestra historia, valores y unidad familiar? ¿En qué momento se interrumpió la cadena y la sucesión de nuestras herencias ancestrales ante una sociedad que promueve la falta de compromiso, que sucumbe ante los falsos ídolos de la sensualidad y el consumismo, que proclama nuevos “estilos o tipos de familia” carentes de referentes parentales, en una pretendida imposición que busca maniobrar inclusive a la educación?

La célula fundamental que da forma al  tejido social, la familia, ha sido víctima de ataques en el debate ideológico, imponiéndole nuevas formas de interacción y estructuración que la han conducido a su descomposición y necrosamiento.

Hemos perdido la información del ADN de nuestras raíces al perder nuestras tradiciones, y en su lugar el cortoplacismo del hoy y el aquí constituyen el nicho idóneo donde los grupos de izquierda danzan como velo de novia hacia la consumación de su matrimonio en comunión con un progresismo incoherente que ha perdido el mapa, la ruta y ha extraviado el camino al defender la justicia social con la vulneración de los más indefensos al derecho a la vida, en la pretendida legalización del aborto como un derecho... ¿de quién? ¿Puede la masacre de vidas, de víctimas sin voz propia, justificar un derecho? El derecho sobre el propio cuerpo no es extensivo sobre la vida que ha concebido.

Solo cuando las conciencias adormecidas despierten y entren en estado de vigilia para defender el derecho que por natura tiene la vida, se podrá evitar que la mentalidad abortista conduzca al barranco el grito de protesta de quien pugna y puja por nacer, recordándonos que el ADN reparte las cartas, pero solo nosotros decidimos la partida al definir lo que es ley frente al derecho irrenunciable a la vida, para así sostener la balanza de la justicia del lado de la lógica legal y el alma humana. (O)

* Educadora