Hace 10 años vengo sufriendo los vejámenes más grandes por los que una persona afiliada al Seguro Social puede pasar. Fui trabajadora de la función pública hace 17 años, no imaginé que a mis 50 años iba a sufrir la desidia de una institución pública creada para dar servicio de calidad y preventivo a los afiliados. Soy aportante de la entidad y no se da cuenta que el personal debe tener bajo su responsabilidad una atención de calidad.

Un día amanecí con dolor de cabeza muy intenso y me llevaron a emergencia del Hospital Teodoro Maldonado Carbo, me mandaron a tomar un analgésico y descansar a la casa. Terminé con un aneurisma, muy cuestionado, tuve que ir a otra casa de salud, recibí la atención que necesitaba y al mes me mandaron a la casa.

Luego, no se me hizo a tiempo un examen manual, tuve que ir a un médico particular y me detectó cáncer, al no encontrar atención en el Seguro Social; fui a Solca, confirmaron el cáncer ductal, me operaron. Regresé al Seguro Social para el tratamiento de la quimioterapia, se me hizo la colocación de implantofit y la administración de taxo por seis meses para el cáncer, pero no para el que tenía yo; al cambiarme de médico me cambiaron la medicación. Tuve estrés fuerte, se desencadenó un problema de aneurisma, estuve sin conocimiento aproximadamente más de tres meses, durante ese proceso me contagié de meningitis. Tengo un 52% de discapacidad, estoy jubilada con aportación ínfima. Por mala prestación de servicios del Seguro Social, mi denuncia se encuentra en espera en los tribunales de justicia. (O)

Ligia Caicedo Antepara, doctora, Guayaquil