Lo mencionado hasta ahora –y lo que mencionaré a continuación– es una motivación para adentrarse en el amplio campo del recto uso del tiempo libre, información que interesa a todos por igual porque, un momento dado, todos tenemos ese tiempo libre en nuestras manos. Me voy a contentar con exponer algunos filones de una rica cantera que cada uno, acorde con su mundo personal, sabrá cómo explorarla y explotarla. Desde un centro educativo es posible llegar a los padres de familia y a sus hijos, generalmente por separado, para otear horizontes y buscar caminos para una mejor utilización de horas o días libres de compromisos, aptos para disponer de ese tiempo ‘ad libitum’.

-Es importante que el responsable de un aula, de infantes o jóvenes, tenga la historia personal de sus alumnos: dónde nacieron, ocupación de sus padres, qué hacen los fines de semana, en qué usan el tiempo libre en el día a día. Esta información será muy útil para elaborar una oferta a los estudiantes para el uso de ese tiempo libre dentro de la institución o en sus hogares, labor en extremo difícil por la heterogeneidad de centros de interés.

-Algo de mi bodega personal. Cuando pasan los años los recuerdos quedan anclados en nuestra memoria hasta que lentamente, unos más que otros, empiezan a esfumarse en la niebla del olvido, mientras otros afloran con extrema claridad. Recuerdo que un buen día aparecieron en los programas las opciones prácticas, con la finalidad de descubrir aptitudes y propiciar ciertas destrezas y habilidades. Vinieron luego los clubes, espacios destinados a crear un tiempo para actividades que podían ser escogidas o seleccionadas por los estudiantes. En ‘mis tiempos’ contábamos con un grupo de clubes clásicos que traían una programación; los había también los de libre creación, es decir diseñados por la comunidad educativa para atender gustos y preferencias de una escuela o colegio en particular.

-¿Cómo procedíamos? La creación de clubes dependía del personal capacitado del que se disponía. Me recuerdo que en el Spellman de Quito teníamos clubes de periodismo, andinismo, literatura, oratoria, ajedrez, música, dibujo, pintura y algo más que no recuerdo. En esas horas se mezclaban estudiantes de varios paralelos y cursos con la finalidad de abaratar costos y permitir la socialización a través del interés común por un determinado club. Un propósito oculto de estos clubes era crear o reforzar el interés y afición por determinada actividad de suerte que, ya en los hogares, aquella copara el tiempo libre utilizándolo sana y adecuadamente.

-Llegamos a saber que quienes pertenecían al club de literatura tenían sus libros a la mano; los de ajedrez competían en casa o enseñaban a quienes lo ignoraban; los de oratoria se preparaban a escondidas; los de pintura seguían con sus pinceles; en la Sierra los de andinismo escalaban montañas el fin de semana. ¿Recuerdan las ‘Ferias de Ciencias’ del Cristóbal o ‘El Ecuador que vimos’ del Liceo Naval? La ciencia, en esos casos, pasó a ser la compañera de largas jornadas fuera de las aulas. Ocupar la mente de la niñez y juventud: un desafío.

(O)