El apacible paso del tiempo en Bahía de Caráquez, lento, despreocupado, con sus habitantes sin mostrar urgencias, parecería haber marcado el ritmo de la reconstrucción después del violento terremoto de abril de 2016. O quizá, ese mismo pasar despreocupado del tiempo refleje la lentitud del proceso de reconstrucción de la ciudad y las enormes precariedades que aún muestra.
Dos años y cuatro meses después del terremoto, la ciudad exhibe un rostro contradictorio. De un lado, la mayoría de edificios sin daños estructurales se ha reconstruido. El esfuerzo ha generado una inversión de muchos millones de dólares y la presencia nuevamente de una infraestructura que de a poco generará una afluencia turística serrana. Precisamente este feriado del 10 de agosto marcó el lento retorno de los turistas a Bahía. También se aprecia en casi toda la ciudad una reactivación de pequeños negocios comerciales, restaurantes y de servicios, que le dan un nuevo dinamismo económico. Donde antes solo se veían locales cerrados y abandonados, hoy se aprecia mayor movimiento. También hay hoteles reconstruidos y otros en proceso de terminarse. Las economías familiares, según testimonios de la gente, salen de una condición de sobrevivencia cotidiana mínima y empiezan a generar alguna capacidad de ahorro.
Pero los esfuerzos privados se estrellan con una impresionante ineficacia y desidia de las autoridades municipales y del propio Estado. Para quienes vuelven a Bahía después del terremoto, la pregunta resulta inevitable: ¿Dónde está la plata de la reconstrucción? ¿En qué se invirtió? ¿Cuánto? Sería bueno realizar, por ejemplo, un inventario de los edificios estatales reconstruidos. Con seguridad, la mayoría dejó de operar. También resulta sorprendente que las principales escuelas y colegios no se hayan reconstruido. El colegio Eloy Alfaro, el más importante de la ciudad, situado en plena Rotonda, sigue en ruinas. Tampoco se han reconstruido las escuelas Miguel Valverde, Juan Pío Montúfar, Escuela Modelo y la 3 de Noviembre. Todos los estudiantes reciben clases en aulas provisionales ubicadas en el Eloy Alfaro. El hospital de Bahía sigue operando en las instalaciones construidas por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército para alojar a sus técnicos durante la construcción del puente a San Vicente.
Y mientras el Estado desatendió a Bahía, el Municipio ni siquiera ha reconstruido el mercado de la ciudad. Resulta una vergüenza, por decir lo menos, que siga funcionando en las calles. Que un galpón decente, como era el que alojaba al mercado, no haya podido ser reconstruido en más de dos años, es muestra de incapacidad. Cuando se les pregunta a quienes venden sus productos en casetas improvisadas por qué ha demorado tanto la reconstrucción, nadie tiene respuesta. Tampoco el palacio municipal ha podido ser terminado en 28 meses. Todos los bienes patrimoniales se encuentran abandonados. Las calles de la ciudad están levantadas para una obra enorme, supongo que costosísima, de soterramiento de cables eléctricos. Antes del terremoto estuvieron levantadas para obras de canalización. Cierran el panorama los parterres destruidos y una parte del malecón casi abandonada.
El escenario sigue siendo doloroso: una ciudad con una reconstrucción y recuperación a mitad de camino, donde el esfuerzo privado y cívico debe enfrentar la desidia y la negligencia política. (O)