En estos tiempos, aciagos, hemos recordado un libro publicado hace ya algunos años: Historia del tiempo (Jacques Atta li, Fayard, París, 1982). Attali, economista francés, fue asesor principal del presidente Francois Miterrand, entre 1981 y 1995. Lejano quizá, el libro es una historia de los instrumentos de medida del tiempo, de sus inventores, de sus fabricantes. De sus usos, realizados por los hombres, usos inocentes o perversos, cotidianos o de más largo plazo.

La descripción se hace siguiendo las características de la evolución del orden social, de sus distintas formas, en las épocas de penuria y de riqueza, de esperanzas y pesadillas, hasta la consolidación del nuevo orden capitalista (después de 1750), y desde cuando el tiempo en las sociedades ancestrales tenía como referencia simple, increíble vista desde la modernidad, la vida animal y hasta el tiempo de cocción de un grano de arroz.

El reloj, como se lo ve ahora, llegaría cuando el capitalismo se consolida y es necesaria la medición exacta del tiempo, pues el sistema prioriza, al autonomizarse el mercado y el beneficio, la máxima aquella de que “el tiempo es dinero”. Se dejarán, pues, atrás los periodos signados irregularmente por el tiempo de los dioses (mitológicos); el tiempo de la mecanización progresiva (el inicio); y, el auge de la máquina (que marca las primeras victorias para ganar tiempo, que será consustancial al nuevo orden).

El reloj es el final de un proceso que obligó en su momento a abandonar la tradición del campanario de iglesia, que en el campo y en la ciudad normaba, quizá despreocupadamente, el inicio y el fin de la jornada de trabajo: el sistema, ese nuevo orden mercantil, demanda otros instrumentos, cuando el tiempo realmente se “crea” y no admite ya la uniformización sino la parcelación e individualización. El hombre, también por su necesidad, terminará apropiándose de su tiempo y de los instrumentos que lo miden.

Ya no hay margen para el retraso. El sistema no lo admite más. El tiempo será dinero y quien no está dispuesto a medir el suyo propio será penalizado: retenciones de salario, multas, etc. Todo legalmente establecido. Como lo señala F. Werner, Smith, Ricardo o Marx, iniciadores o críticos, hacen la misma constatación por la vía de diversas teorías del valor medidas en tiempo de trabajo: demandado, incorporado o socialmente necesario. Taylor y Ford alimentarán la obsesión en el siglo XX. Desde los neoclásicos a Keynes y posteriores, el análisis del escenario temporal fue también abordado bajo diversos matices.

El tiempo experimenta crisis y cambios que se explican por el mismo desarrollo del capitalismo. Pero, la tecnología, más aún ahora, tiende a corregirlas, sin cambiar la lógica de base. Cada vez más, enfrentados a un progreso de las tecnologías de punta y de la información, hasta hace poco tal vez inimaginable, se advierten para el corto plazo cambios drásticos en el mercado del trabajo y en el empleo, que serán más difíciles de enfrentar en países como Ecuador.

El mercado continuará siendo la forma dominante: a futuro, la propia democracia, la producción, los servicios, los intercambios, las inversiones, la distribución de la riqueza, estarán fuertemente condicionadas por estas transformaciones. ¿Hemos pensado en esto? ¿O seguiremos “discrepando” sobre los “beneficios” de la “revolución” siglo XXI en Venezuela y Nicaragua? ¿O, todavía, sobre el porqué de la crisis ecuatoriana?

Cuando se asume el poder, supongo, la sociedad presume que el logro de la “felicidad prometida” estará sostenido por una estrategia clara y sobre todo correctamente financiada, que es lo que importa. Pero esto aún no se advierte.

Las naciones democráticas deberán favorecer con urgencia el acceso de las producciones del mundo a sus mercados –no guerras comerciales–; financiar las cuentas públicas y la creación de nuevos empleos e inversiones; apoyar a los segmentos poblacionales menos favorecidos y al mismo tiempo sostener nuevos sectores sociales; generar una agricultura moderna, al igual que un sistema bancario, de seguridad social, institucional, sólidos y modernos, éticos.

Deberá sobre todo perfeccionarse el sistema judicial. Asimismo, sancionarse el corporativismo, reflejado en privilegios (generalmente tributarios) para agentes que no “entienden” el modo de funcionamiento y reproducción de las economías de mercado y de la inversión; combatirse la corrupción; mejorar el sector público a base del rescate de capacidades y no de la “rotación” cualquiera que nos fue mostrada en estos años, sin rubor alguno.

En fin, perfeccionar la educación (¡qué antecedentes tiene el país en esta última década!); la prestación de los servicios de salud; y, claro, ineludiblemente, la política exterior (que fue lamentable) y la gestión de la banca central. Integrar el criterio del sector de trabajadores.

En suma, tantos otros campos, que al estar mal “enfocados” condicionaron la transformación de las estructuras productivas nacionales, en una época decisiva. La “gestión” de la economía fue arbitraria y definida por intereses concretos, en los que se impuso el hiperdirigismo y la “vigilancia” estatal, que llevaron al país a la actual situación de emergencia.

Pero: ¿por qué toma tanto tiempo la regulación macroeconómica? El juego de poder, ¿importa más? ¿Por qué? Ciertamente, no se ha definido lo que reclama la sociedad y los agentes económicos en una coyuntura mundial tan particular: un Plan Económico Integral, basado en un modelo distinto, ponderado, medio para un mejor desarrollo futuro, que procure corregir la crisis en todos los frentes. A tiempo.

Es difícil. Pero ese era el reto. Cuando se asume el poder, supongo, la sociedad presume que el logro de la “felicidad prometida”, estará sostenido por una estrategia clara y sobre todo correctamente financiada, que es lo que importa. Pero esto aún no se advierte.

Pero hay que resolverlo. Que no se suscriba lo que decía el recién fallecido Nobel de Literatura 2001, V. S. Naipaul, refiriéndose a algunas exposiciones inglesas: “La historia es construida alrededor de logros y creación… y nada ha sido allí creado”. En estos tiempos, el retraso, la incompetencia y las presunciones no caben. Y en Ecuador hay posibilidades de hacer los cambios de forma adecuada y justa. ¿Qué más se espera? ¿Más y más tiempo? (O)