El escándalo de corrupción que explotó en la Argentina con las anotaciones prolijas de un conductor de apellido Centeno amenazan con convertirse en una “bomba atómica” sobre esa saqueada república. En los primeros hechos no ha reparado –como el lava jato brasilero– en nombres ni apellidos notables. No hay margen para elucubrar teorías conspiraticias de ninguna laya porque incluso la familia presidencial argentina está envuelta en lo que era un secreto a voces. Lo llamativo del caso es que se dio en un largo gobierno de los Kirchner que se llenó la boca de palabras como “pueblo, honestidad y compromiso” y que ahora tiene que enfrentar hechos de corrupción contra los cuales no hay perdón ciudadano posible.

Las notas del singular chofer son tan prolijas que establecen no solo itinerarios sino cantidad de dinero entregado en las bolsas. Están todas las empresas con contratos con el Estado y los sitios donde fluían los sobornos millonarios en dólares. El remesero ingresaba incluso a la residencia presidencial donde podía constatar la codicia de los Kirchner por el dinero que había saltado alguna vez como noticia destacada en el envío de dólares desde Venezuela a la campaña peronista. Aquello no se investigó y la verbena continuó. Ahora solo es posible confirmar vía la ley del arrepentido o de delación premiada como se bailaba el tango de la corrupción. No era solo de a dos sino en grupos de milongas que habían hecho de lo recintos públicos salones abiertos para el soborno, el cohecho y el robo descarado. Esta ha sido una historia repetida en todos los gobiernos del socialismo del siglo XXI y los resultados son más que elocuentes. Países en bancarrota con miles de emigrantes buscando países donde recalar para poder comer nos muestra cómo la corrupción de los gobiernos puede concluir produciendo un daño devastador.

Esta ha sido una historia repetida en todos los gobiernos del socialismo del siglo XXI y los resultados son más que elocuentes. Países en bancarrota con miles de emigrantes buscando países donde recalar para poder comer nos muestra cómo la corrupción de los gobiernos puede concluir produciendo un daño devastador.

Si alguien definió al tango como “la tristeza que se baila”, hoy la Argentina está asqueada de una constatación política que repugna. El trasfondo de una ciudad como Buenos Aires cercada por la miseria mientras el matrimonio presidencial usaba el avión oficial para hacerse llevar los diarios de la capital hasta la remota provincia donde descansaban no era solo el abuso descarado frente a la pobreza de todos, era la seguridad de que nadie desde la justicia ni la prensa podía contra ellos. Los cuadernazos de Centeno dan para una serie televisiva de largos capítulos donde el ir y venir con bolsas de dinero solo pueden producir espanto y rechazo del auditorio y bronca (enojo) de los pobres argentinos que lo padecieron. En el Ecuador han puesto una estatua a Néstor Kirchner que debiera ser trasladada junto a los otros “próceres” de esta nueva experiencia fallida latinoamericana a un parque jurásico (espero lo sea) de la corrupción donde la gente puede ir a aprender de quienes han destrozado el devenir de por lo menos una generación completa de sus compatriotas.

Los cuadernazos de la coima como lo llaman los argentinos es una crónica bastarda de explotación y sometimiento a un pueblo que había creído haber visto todo en el infierno en que la política convirtió su territorio y todavía aun hay más según dicen. (O)