He participado como con-juez del programa Mi barrio libre de drogas, de Ecuavisa, y he podido constatar los esfuerzos de los barrios por librar a su entorno del problema de las drogas con iniciativas creativas, originales, en las que cada uno pone su acento. Desde los padres que acompañan a sus hijos a las escuelas y se turnan a las salidas para impedir la microventa, las comunicaciones en red a través de celulares para alertarse de algún peligro, los campeonatos de diferentes deportes para que los jóvenes tengan actividades que les permitan crecer y desarrollarse en ambientes sanos, pasando por la bailoterapia, la rayuela y ejercicios divertidos en los parques que lucen más limpios y arreglados. Calles pintadas con eslóganes, murales bellísimos, personajes de superhéroes que los papás representan para defender a sus hijos, canciones, teatro con jóvenes que están saliendo de las drogas y que hablan a sus pares con un lenguaje que ellos comprenden de igual a igual y que los mayores escuchan absortos, sin olvidar las cámaras de seguridad, las bocinas y los símbolos.

Muchos participan y ayudan: la policía, que luce su rostro más amable, como acompañante de procesos ciudadanos, que brinda respaldo y seguridad en sectores muy complicados; Narcóticos Anónimos, que dice si tú quieres, te esperamos, te acompañamos. La Universidad de Guayaquil con sus estudiantes instalados en los barrios, los ministerios del ramo, diferentes iglesias, artistas y maestros. Las clínicas de rehabilitación, los músicos y los cantantes, los zanqueros y los mimos, los que bailan y los que hacen artesanías.

Es emocionante ver cómo se movilizan desde diferentes sectores para hacer frente a un flagelo que mata a los jóvenes y derrumba a las familias. Los periodistas haciendo investigación y prevención como lo han hecho este Diario y otros, varios programas de radio y TV. Los políticos lo abordan como problema fundamental, la candidata femenina a la Alcaldía lo hace eje de su campaña. Y entonces es posible creer que una ciudadanía que despierta no permitirá que el país o algunas ciudades se conviertan en copias baratas de lo que sucede en regiones del amado México o el sur colombiano.

Pero basta salir para encontrarse de golpe con la triste realidad, en las calles a plena luz del día mientras vamos de un barrio a otro en sectores marginales y en sectores céntricos, sin vergüenza y sin reacción ciudadana grupos de jóvenes de cinco o seis fuman todo tipo de drogas, no se esconden, solo se aíslan para prender el cigarrillo o aspirar las sustancias, y vuelven con ojos vidriosos y rojos mirando el vacío.

El negocio de la droga es de los más lucrativos del mundo, mueve millones de dólares diariamente y no le importa la gente ni a quien tenga que matar o comprar para hacerse ricos, corrompe todo lo que toca y a todos los que en él se involucran. “Es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”. Nuestro país ya conoce tristemente de las víctimas que pagan con su vida los intereses de las mafias. Periodistas, militares, policías, ciudadanos ajenos a la problemática, vecinos de ciudades fronterizas, comerciantes, todos con rostros amados y queridos. No son una víctima más, son nuestra gente.

Por eso esa lucha es necesaria, importante y urgente. Nadie está de más, nadie sobra. Es tarea de todos, políticos, autoridades, académicos, empresarios, militares y policías, jueces y vecinos, estudiantes y maestros. Periodistas, líderes religiosos y espirituales, padres y madres de familia, todos y cada uno tenemos un desafío que asumir. (O)