La Corte Constitucional del Ecuador acaba de dictaminar que “… corresponde únicamente a la o el adolescente decidir sobre su vida y salud sexual y reproductiva, fundamentando sus decisiones en las herramientas otorgadas por la familia y el Estado, para la adopción de decisiones libres, informadas y responsables”. El pronunciamiento constitucional genera polémica, como toda regulación que establezca prohibiciones o autorizaciones sobre la vida sexual de los ciudadanos. Una polémica inevitable y un debate necesario que se estanca en la falsa e insustancial disputa “laicismo versus catolicismo”. Una disputa reduccionista y curuchupa por ambos lados: el de los laicos oportunistas y el de los católicos fundamentalistas. Una disputa ociosa que ignora la realidad de la adolescencia en el Ecuador.

Pero el dictamen no es tan polémico porque pretenda regular la sexualidad, sino más bien por su enunciado equívoco, demagógico y desubicado. Un enunciado que supone al Ecuador como si fuera Dinamarca o Noruega, donde los adolescentes tienen recursos de todo orden para asumir de manera responsable su incursión en la sexualidad genital y el acceso a la vida adulta. En esos países, aunque los jóvenes tienen sus primeras relaciones sexuales antes de los 18 años de edad, la tasa de embarazos adolescentes es mínima en comparación con la del Ecuador. ¿Con qué “herramientas otorgadas por la familia y el Estado” cuentan nuestros adolescentes para iniciarse en la sexualidad adulta sin el riesgo de un embarazo no deseado, y sin exponerse a la violencia o a una primera experiencia traumática?

Si la distribución gratuita de preservativos o anticonceptivos no bajará las altas cifras de embarazos no deseados entre nuestras jóvenes, el reparto gratuito de condones y pastillas tampoco lo hará necesariamente. Porque no se trata solo del acceso fácil a dispositivos que evitan el embarazo; se trata de ciertos rasgos inherentes a esa etapa transicional llamada adolescencia, que son más evidentes en nuestra sociedad. Como decía una estimada colega: a esa edad se comportan como si fueran infértiles, inmunes e inmortales. Es decir, en muchas sociedades y especialmente en la nuestra, los adolescentes están más expuestos a embarazarse sin pensarlo, a contagiarse de enfermedades de transmisión sexual, y a morir en accidentes de tránsito. Adicionalmente, el Ecuador no ofrece a todos sus adolescentes una buena educación, perspectivas de trabajo futuro y un acceso esperanzado a la adultez.

Este enunciado, en ausencia de verdaderas condiciones para que los adolescentes “adopten decisiones libres, informadas y responsables”, deviene palabrería vacua, y legitima hechos consumados. Además, evidencia el fracaso del Ecuador en cuidar a su adolescencia. Bajo una retórica bonita y una invocación a “las y los” adolescentes como “sujetos de derechos”, delega equívocamente en ellos la tarea de cuidarse a sí mismos. Entonces, hay que trascender la mentirosa controversia entre laicos y católicos, para debatir que si el modelo de la familia occidental está en interrogación, las heterogéneas familias ecuatorianas ni siquiera se plantean la pregunta por su estructura y función. Frente a esto, el Estado ecuatoriano cree que la solución es gastar en propaganda, creación de nuevos organismos e inflación burocrática. O colocar un dispensador de preservativos en los colegios… ¿o defender el “derecho” de las niñas de 12 años a la “salud reproductiva”? (O)