Depurar fue la tarea que el pueblo del Ecuador encargó al Consejo de Participación transitorio. El haberle consultado al pueblo para la constitución de este Consejo transitorio fue saludable decisión del presidente Moreno; por momentos se tuvo la impresión de arrepentimiento de haberlo creado con tan grandes atribuciones; así lo dejaron notar legisladores y funcionarios del morenismo, cuando trataron de limitar sus facultades mediante la Corte Constitucional; felizmente, fueron desautorizados por el presidente, quien respaldó al Consejo. Creo que el doctor Trujillo jamás habría aceptado un recorte de las funciones otorgadas directamente por el pueblo. Así debe haberlo comprendido el presidente Moreno.

El Consejo transitorio ha actuado bien, muy bien, bajo la presidencia de un hombre que, ya en el ocaso de su vida, comanda las acciones con la energía y la decisión de un joven. Hombre de principios, que los aplicó en su vida con rigidez, es esa misma condición de rigidez la que ha determinado que esté ahora deshaciendo inexorablemente el embrollo perverso en que el correísmo sumió a las instituciones públicas.

Durante el proceso eleccionario último, decía yo, en artículo y entrevistas, que quien resultare electo, cualquiera, podría tener que disolver la Asamblea en lo que se llama la muerte cruzada. Es una decisión difícil, pero eso puede permitirle al presidente actual gobernar con partidarios suyos y no de su predecesor. El tiempo lo dirá.

Pero si el Consejo transitorio hace lo que debe, la Comisión de Fiscalización de la Asamblea, en antítesis vergonzosa, continúa impidiendo ahora, como lo ha hecho durante una década, el juzgamiento de los funcionarios públicos: ha impedido el juicio político a los funcionarios que están al presente acusados o presos o destituidos. Ha hecho exactamente lo contrario que el Consejo de Participación, de tal manera que sin la actuación del Consejo todavía estarían intactos el Consejo de la Judicatura, el Tribunal Electoral, la obsecuente Fiscalía, etcétera. Y en esa labor de obstrucción a la justicia han coincidido, en varias ocasiones, los dos bandos de la hoy dividida Alianza PAIS.

Maquiavelo advierte, en El Príncipe, de los riesgos que corre el gobernante que pelea valiéndose de armas ajenas, no propias, porque ese apoyo le puede ser retirado cualquier día y así perder el poder. Todos los asambleístas de Alianza PAIS fueron escogidos por Correa; los que siguen apoyándolo y los que, aparentemente, le han abandonado. A esta debilidad se ha sumado la que se ha hecho evidente en estos días, y que muy sutilmente la ha resaltado León Roldós: que el propio día en el que el presidente Moreno viajaba a Europa, hace algo más de una semana, se reunían, en Cuenca, varios de sus ministros y colaboradores, para constituir un grupo político de defensa de las conquistas de la revolución ciudadana. Quedó así establecida, formalmente, una división en el Gobierno entre los revolucionarios y los neoliberales. ¿Esa reunión fue autorizada previamente o simplemente tolerada por el presidente Moreno?

Durante el proceso eleccionario último, decía yo, en artículo y entrevistas, que quien resultare electo, cualquiera, podría tener que disolver la Asamblea en lo que se llama la muerte cruzada. Es una decisión difícil, pero eso puede permitirle al presidente actual gobernar con partidarios suyos y no de su predecesor. El tiempo lo dirá. Claro que eso debería ser luego de que el Consejo transitorio haya cumplido su tarea cumbre, la destitución de la Corte Constitucional.

(O)