Sí, esa es la cifra de la inflación calculada para Venezuela, un país inmensamente rico pero tozudamente empobrecido por el régimen chavista. Con unas reservas petrolíferas inmensas y para cientos de años, hoy tiene un salario mínimo con el cual es imposible comprar una lata de atún. Es de lejos un caso de estudio para saber todo lo que habría que hacer para evitar destruir un país completo o para acabarlo. Hoy esta cifra de la inflación excede en mucho una medición económica, hoy solo se puede resumir en una palabra: fracaso.

La responsabilidad principal la tienen Chávez y Maduro, que están por cumplir dos décadas de hambrear un país al punto de que en los anales de la medicina es ya un caso patético donde su población ha perdido peso por la escasez de alimentos o de capacidad para comprarlos. Desde donde se lo mire, los venezolanos son millonarios en desgracia. Se acumularon tales maldiciones para caer como una peste, sin importar condición social ni económica. Los que pudieron se fueron del país dejando todo ante una epidemia de corrupción, prepotencia y muerte. Los que habían sostenido al régimen y votado por él para acabar con los que creían era la causa de su desgracia, hoy no tienen manera de entender el tamaño de la peste que los afecta.

La cuna del Libertador Bolívar, cuya memoria se deshonra en la nueva denominación del país, no es un caso más de Estado fallido, es claramente una muestra de decadencia de América Latina incapaz de detener la desgracia de un pueblo hermano.

Así como la “gripe española” a comienzos del siglo XX se cobró la vida de 100 millones de personas –más que los 40 millones de fallecidos en la primera guerra mundial– lo que pasa en Venezuela es catastrófico, y requiere solución urgente. No podemos permitir que un país tan rico haya llegado a tal nivel de empobrecimiento, sumisión y corrupción. La cuna del Libertador Bolívar, cuya memoria se deshonra en la nueva denominación del país, no es un caso más de Estado fallido, es claramente una muestra de decadencia de América Latina incapaz de detener la desgracia de un pueblo hermano.

Con esta inflación prevista de un millón por ciento nada tiene ya valor. La vida es una mercadería de sobrevivencia a cualquier costo. Así como a un náufrago no se le demandan valores éticos, así también no sentirnos responsables de lo que acontece en Venezuela es condenarnos a que algún gobierno delirante haga lo mismo con nosotros. Este país nos interpela a todos. Aquí no valen los argumentos ideológicos, aquí hay que salvar a nuestros hermanos sumidos en una desgracia que también es la nuestra.

Cualquiera sea la posición que tengamos ante los gobiernos, lo que importa en realidad es la vida, y la que tienen los venezolanos hace mucho tiempo ha dejado de ser calificada como tal. Los opresores del sistema se mofan de un pueblo al que ya no tienen por qué reprimir a balazos ni condenarlos a prisiones injustas, el país completo vive preso de una realidad que ha roto todos los indicadores de vida posible. Solo les queda sobrevivir como puedan.

La inflación del 1’000.000% es de una crueldad inadmisible en un siglo que aparentaba haber sepultado hace mucho tiempo la ignominia y el desprecio a la vida humana. Hay que rescatar a Venezuela de su ocaso. Su fin podría ser el nuestro. (O)