Hace unos días en la ciudad de Cuenca, con la presencia del embajador de Francia y funcionarios de ese país acreditados en Ecuador se celebró su Fiesta Nacional que conmemora, cada 14 de julio, la toma de la Bastilla. Participaron también ciudadanos locales relacionados con esa cultura y franceses residentes en esta ciudad. Fue ocasión propicia para hablar sobre la importancia de la civilización francesa como una de las de mayor trascendencia. Muchas de sus manifestaciones culturales son parte de la mirada que la humanidad tiene de sí misma y de su destino. Sus contribuciones en política, ciencias, literatura, deporte, arte y sociedad son innumerables y del más alto impacto cultural.

La Revolución francesa es un referente ineludible para comprender la historia del mundo y para el entendimiento de las formas políticas contemporáneas. Descartes, Laplace, Pasteur y Curie son grandes nombres de la pléyade de científicos que han contribuido poderosamente al mejoramiento de las condiciones de vida de la humanidad. Balzac, Víctor Hugo, Verne y Proust son solamente algunos nombres de la inmortal literatura francesa. En el campo deportivo, el barón de Coubertin y Jules Rimet han pasado a la historia por su decisiva contribución en la institucionalización de los Juegos Olímpicos y de la Copa del Mundo de fútbol. Y luego están, entre tantos otros, sus magníficos pintores Monet, Cézanne, Degas y Gauguin. Y sus brillantes músicos compositores como Bizet, Debussy, Ravel y Messiaen…

Todo este acervo cultural es ampliamente valorado por los habitantes de todas las regiones del planeta. Por los latinoamericanos, por los ecuatorianos y por los cuencanos que bebimos en esas fuentes que contribuyeron en la formación de nuestra identidad. Desde la colonia, la relación de las dos culturas, francesa y cuencana, ha sido significativa. Como dato histórico se encuentra la visita de la Primera Misión Geodésica Francesa a mediados del siglo XVIII, que dejó algunos episodios como el trágico enamoramiento de uno de los científicos franceses con una mujer cuencana. También están los grandes aportes a la educación por parte de congregaciones religiosas como la de los Hermanos Cristianos y la de los Sagrados Corazones. La arquitectura de Cuenca refleja influencia francesa en el parque Abdón Calderón, la Corte de Justicia, la Catedral Vieja, la calle La Condamine, el parque San Sebastián y en muchas edificaciones de su Centro Histórico.

A su vez, los franceses que han vivido en Cuenca y los que hoy lo hacen, se nutren de la vibrante cultura de la población local deslumbrada por su terruño, maravillada por su paisaje y por las creaciones de sus habitantes que, inspirados por sus ríos, sigsales y capulíes, celebran la etérea naturaleza del colibrí, se identifican con el quillillico o halcón andino y alaban el trazo de la ciudad y la arquitectura de sus viviendas. La pujante y orgullosa identidad cuencana hace buenas migas con la cosmopolita visión de los franceses, quienes en su afán de crecer como seres humanos incorporan rasgos locales y, en el colmo de la simbiosis, llegan a hablar con desenfado el español de Dávila Andrade y Jara Idrovo, con su misma e inconfundible melodiosa tonalidad.

(O)