Hoy será el último 25 de julio de Jaime Nebot Saadi ejerciendo la función de alcalde de Guayaquil.

Para quienes vivimos en Guayaquil y hemos seguido su trayectoria al frente de la ciudad desde agosto del 2000, resulta imposible entenderla sin Jaime Nebot.

La palabra alcalde viene del árabe Al-qãdī, que significa juez o autoridad, que en la antigüedad  (cuando no eran elegidos por votación popular) era la encargada de velar por el cumplimiento de la Ley y legislarla en la población a su cargo.

Y aunque su indiscutible y acentuada raíz árabe bien podría ser un simpático elemento que adorna esa natural afinidad con el cargo que ha desempeñado por 18 años, no es menos cierto que, por lo menos en esta urbe, en gran medida sus ejecutorias al frente de la ciudad han redefinido, posicionado y consolidado la dimensión de lo que hoy las nuevas generaciones entienden por alcalde.

Guayaquil ha tenido grandes alcaldes a lo largo de su historia, y el más reciente fue el expresidente León Febres-Cordero, quien la rescató del más profundo caos y postración.

Cada uno de ellos, en su momento, le impregnaron su sello propio al cargo y, a través de este, a la ciudad.

Sin embargo, tanto por la transformación de la ciudad y expansión del ámbito de sus competencias, como por el contraste con el resto del país (con escasas excepciones, como Machala o Samborondón), en que durante la última década las alcaldías se convirtieron en reductos de la dictadura correísta, entregadas a los intereses del poder central, mendigantes de recursos públicos y sin representatividad real de sus ciudadanos, Jaime Nebot proyectó a Guayaquil como un referente de gobierno local, de independencia, autonomía y real representación de sus ciudadanos, y a su alcaldía como un símbolo de liderazgo, lucha, honor y respeto.

Tanto en los barrios populares, como en las ciudadelas más acomodadas del Gran Guayaquil, Jaime Nebot es “el alcalde”.

Y cuando alguien dice “el alcalde, inmediatamente piensa en la guayabera blanca, el bigote y el discurso a flor de piel, desde una tarima en la avenida 9 de Octubre frente a cientos de miles de guayaquileños y balcones vestidos de celeste y blanco.

Será muy difícil para Guayaquil asimilar que Jaime Nebot ya no sea su alcalde en 2019, y para quien lo sustituya en el sillón de Olmedo, llenar ese enorme vacío que dejará.

No me cabe la menor duda de que aún queda mucho por hacer en Guayaquil en planificación urbana, vialidad, infraestructura, expansión y mejoramiento de servicios básicos y modernización de su administración. Jaime Nebot lo sabe y quien lo releve en el liderazgo de la ciudad debe saber que si Nebot ha calado en el corazón y mente  de los guayaquileños, no ha sido por la guayabera, los bigotes, o su fino sentido del humor, sino por su desempeño, y que con esa vara tan alta será medido por este pueblo que no aceptará retroceder un solo paso, ni renunciar a la senda de libertad, autonomía y progreso, por la que Nebot ha luchado casi dos décadas.

(O)