Los comerciantes lo tienen claro: deshacerse de las mercaderías no demandadas vendiéndolas aun a precios bajos, que alguna ganancia les dejen, y por eso nos enteramos de que hay: ¡Feria de saldos!

Otros saldos sobre los que percibo preocupaciones como “no tengo saldo”, “se me acaba el saldo” se refieren al tiempo que resta para el uso de teléfonos celulares que, según determinados contratos, enmudecen sin prórroga.

Recordemos que saldo es la cantidad positiva o negativa que resulta de una cuenta, según define el Diccionario de la lengua española.

Los saldos también muy mentados son los de las cuentas corrientes bancarias, cuya ausencia puede llevar a girar cheques sin fondos, con la respectiva sanción legal.

Además del dinero hay otras muchas cosas que se pueden contar como, por ejemplo, los objetos que tenemos en nuestra vivienda.

¿Tiene idea de cuántos son los suyos? Seguramente no y cualquier cálculo puede ser errado.

Seguramente nunca ha hecho un inventario, una lista numerada de cada uno de ellos.

Tal vez sí, de una parte de ellos, porque tiene la preocupación de que desaparezcan.

Los que considera más importantes se suelen actualizar en su memoria, al menos de vez en cuando, ¿o no?

Por regla general, los objetos de la casa suelen ser compartidos, cuando hay buena convivencia.

Así, entre los cónyuges suele existir la sociedad conyugal y entre hermanos la copropiedad.

Pero hay algo sobre lo que me parece importante reflexionar: el tiempo.

Tenemos a nuestra disposición el tiempo.

¿Somos dueños exclusivos de nuestro tiempo? ¿Podemos decidir libremente a qué dedicarlo?

¿Es como una mercancía que podemos negociar? ¿Lo tenemos negociado, todo o en parte?

¿Acaso somos de aquellas personas privilegiadas que sí tienen tiempo “libre” y pueden disponer de él a su antojo?

¿Puede hacer realmente lo que le da la gana durante su “tiempo libre”?

Si la respuesta es positiva: ¿lo utiliza bien o lo desperdicia?

¿Acaso su conciencia le ha hecho notar que ha cometido el error de “perder” el tiempo?

Ya sabe, por experiencia, que ese elemento no es recuperable. Avanza inexorablemente, nos acerca a nuestro final.

Cuando logra hacer introspección y analizar algunas etapas de su vida, lejana o cercana, ¿acaso su conciencia le reprocha el haber desperdiciado tiempo?

¿Conviene en esos casos hacer propósito de enmienda, de no volver a caer en la tentación, no de la disipación, sino del empleo indebido del tiempo, ese que no regresa y se va extinguiendo?

¿Qué nos falta hacer? ¿“Empoderarnos” del tiempo que nos resta? ¿Es solamente para nosotros o para compartirlo? ¿Para nuestro exclusivo beneficio o también para el de los demás que dependen y esperan de nosotros atención y presencia?

¿No le parece que si nos cuesta reconocer que hemos perdido el tiempo y reincidimos no tendremos solución?

¿Cuántas personas esperaron y otros aún esperan que les dediquemos tiempo para compartir inquietudes, planes, alegrías o desdichas?

Como nuestro tiempo es finito: ¿qué hacer con el saldo que nos queda?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)