Para muchas personas el lugar de paseo por excelencia son los centros comerciales. Hay en muchos de ellos cines, lugares de comida, aire acondicionado, corredores donde caminar, negocios con artículos bonitos.

Siempre recuerdo que cuando se inauguró el Mall del Sol había servicios de transporte con la etiqueta visite Miami en Guayaquil que transportaba personas de barrios marginados alejados y luego los regresaba, como si se tratara de una excursión a alguna ciudad lejana y rica que permitía soñar con un mundo desconocido y anhelado. Algunos de esos centros tienen restaurantes, donde es bueno quedarse un poco más alargando la charla del encuentro.

Y como personalmente me encanta observar cómo nos comportamos los humanos, para mí se han convertido en lugares privilegiados de observación, como se mira un paisaje en las montañas o en el mar. En general no hay muchas máscaras ni poses, dada la cantidad de personas que circulan y lo ensimismado que cada uno parece estar. Siempre me da tristeza ver a personas solas comiendo en restaurantes. Porque la comida se disfruta mejor cuando se está acompañado. La caza de mesas desocupadas en los patios de comidas es un deporte arriesgado, se duda entre dejar las pertenencias sobre la mesa o pedirle a alguien que cuide el posible lugar y asiento…

Sin embargo, observo muchas maneras de estar solos. Desde el joven que quiere agradar a su tía y le compra un tentador postre, móvil en mano, se lo ofrece mientras sigue con el celular, se sienta al lado de ella y no intercambia palabra, interesado como está en el juego que tiene entre manos. O la joven pareja con aire hippie, que elige el plato favorito mientras uno de ellos no para de mirar la pantalla del iPhone, y solo interrumpe para confirmar que lo que han elegido es de su gusto. Se sienta y sigue junto a la bella joven, inmerso en el mundo virtual. No ven, no oyen, no sienten al que está al lado. ¿Apreciarán la comida? Multitud de solitarios realizando gestos comunes.

Pero lo que de verdad disfruto es ver a muchos ancianos en las cafeterías del Policentro, que parece haberse convertido en un lugar cotidiano de encuentros, como si fuera un parque. En su mayoría varones, se reúnen a tomar un café y conversan entretenidos y alegres. Hace poco había un festejo excepcional, alguien cumplía 103 años y todo el espacio se transformó con la música de las guitarras y el canto de pasillos: una verdadera fiesta. Los globos anunciando la edad bailaban al menor viento. Las conversaciones se veían amenas y todos parecían estar alegres. Así debería ser siempre musité, sin que nadie reaccione al comentario.

Los mayores están transformando un lugar de consumo y vértigo en lugar de encuentros, calma y amistad. Son los que dan sentido a los espacios, las tertulias, las palabras y los silencios.

¿Qué es más sano, llenar la vida de cosas, productos de moda, vestidos, bebidas, revistas, deportes y televisión o cuidar las necesidades más hondas y entrañables del ser humano en la relación con los demás? (O)