A raíz de la lógica decisión del presidente de la República de solicitar la devolución del edificio de la Unasur, se dieron varias ideas y opiniones respecto del futuro uso de dicho inmueble, inaugurado en 2014 con 20.000 metros cuadrados de construcción, 17.000 de exteriores y cuya edificación fue asumida en su totalidad por el anterior Gobierno con una inversión de más de 43 millones de dólares (investigaciones recientes señalarían un costo superior), como demostración de lo “revolucionariamente” generoso que era el régimen pasado, especialmente en sus simpatías con la línea bolivariana. No debe olvidarse que entre los orgullos que se atribuían al edificio es que presumía de tener el volado más grande de Sudamérica, ?un reto a nivel arquitectónico, tecnología de punta, construcción mínima en suelo y otras excentricidades, sin poder dejar de mencionar, obviamente, la infame estatua de Néstor Kirchner, expresidente argentino.

En sus declaraciones, el presidente Moreno afirmó que ese edificio en la actualidad y por una serie de razones se ha convertido en nuevo elefante blanco y que como tal había que darle un nuevo uso, “si no está haciendo nada, ese edificio salió sobrando”, lo que reafirma la sospecha de que la Unasur, ?y no solo su edificio, ?no sirve en la actualidad para nada, sin embargo me pregunto: ¿sirvió realmente en alguna ocasión? La realidad es que desde mayo de 2008, fecha en la que se aprobó el Tratado Constitutivo de la Unasur con el propósito, más o menos velado, de constituirse en una alternativa a la OEA, el organismo nunca pudo ser la voz imparcial y objetiva de los pueblos de la región, sino más bien tribuna politiquera en la cual se pregonaban loas y alabanzas especialmente a los gobiernos bolivarianos, debiendo destacarse que en reiteradas ocasiones se ha mencionado el fracaso total de la Unasur en “derechos humanos, democracia y mediación de conflictos”.

La discusión respecto de quién debía asumir la Secretaría Regional del organismo motivó que seis países miembros suspendieran su participación en la Unasur el pasado mes de abril, lo que reafirmó las dudas acerca de la vigencia real de la institución sumida en un caos total, disputas sin cuartel entre sus funcionarios, sospechas de corrupción, denuncias de abuso, etc. Ahora bien, y volviendo al punto del uso eventual del edificio, la creatividad de la opinión pública es enorme y al respecto se han sugerido ya muchas ideas y opiniones (hotel de lujo incluido), sin perjuicio de lo cual quisiera aventurarme a dar mi opinión al respecto, en el sentido de que el edificio de la Unasur debe mantenerse como una prueba irrefutable del despilfarro, del fuego fatuo, de la falta de austeridad. Por supuesto, podría argumentarse que sería un despropósito no darle un uso práctico al edificio, pero en su lugar creo que el no-uso tuviese tal vigencia e impacto que ningún discurso contrario podría desvirtuar.

En ese contexto, el edificio debería quedar triste y vacío para que el pueblo lo visite y conozca sus magníficas instalaciones, así como su envolvente soledad, llegando a percibir la dimensión colosal del relato político embaucador. La generación presente y las futuras lo agradecerán. (O)