Frente a cierta volatilidad e inmediatez poco meditada de lo que circula en las redes sociales, que son una suerte de improvisada conversación escrita, los libros impresos en papel tienen otra andadura porque se mueven en una tradición mucho más antigua y firme que, parece, no terminará. Así lo creen los integrantes de Huella en la Luna, “un grupo de periodistas y escritores que cree en los libros y, más que eso, los considera indispensables para la formación de pensamiento”. Los libros, pues, cuando son leídos y comentados, nos permiten una firmeza de pensamiento y acción que, en nuestra época, es crucial para entender los enredos políticos.

Con Ivonne Guzmán como editora del volumen, acaba de salir el libro El contagio: fin de la isla de paz (Quito: Mediato, 2018), que contiene cinco trabajos dedicados a reflexionar sobre un delicadísimo asunto que podría despedazar al Ecuador: que el narcotráfico en nuestras fronteras norte y sur es una prueba de que nuestro país no es más una isla de paz, sino que se trata de una sociedad que forma parte del engranaje de violencia, coerción, miedo, terrorismo y corrupción que trae el narcoterrorismo, como así frontalmente señala Oswaldo Jarrín, actual ministro de Defensa, cuando es entrevistado por Arturo Torres.

Jarrín afirma: “Cuando hablamos de narcotráfico estamos hablando de la afectación, como amenaza, a todas las instituciones, particularmente a la justicia, a los órganos de control –Policía y Fuerzas Armadas–, políticos, niveles de representatividad sectorial, es decir, todos los niveles están afectados por el narcotráfico”. Escalofriante. El escritor Roberto Aguilar, por su parte, explica que los ganadores del decenio ganado del que se enorgullecen los correístas son los carteles de la droga. Así de contundente. En su crónica, Aguilar demuestra que la política gubernamental de Rafael Correa, a través del entonces ministro José Serrano, privilegió perversamente la lucha contra el microtráfico.

De ese modo, mientras Serrano se jactaba de aprehender a expendedores menores –que también son víctimas del narcotráfico–, se dejó intactos a los poderosos carteles que siguieron construyendo sus imperios ilegales. ¿Quiénes son los responsables de que no podamos circular dentro de nuestro país, como sucede en la frontera colombo-ecuatoriana? Desde el año 2014 la Senain conocía que bandas vinculadas al cartel de Sinaloa se habían adueñado de Esmeraldas. La negligencia de Serrano debe ser investigada por la justicia, pues algo ocurrió “que permitió a las fuerzas de choque de los grandes traficantes adueñarse de un territorio que siempre fue nuestro”.

Con una prosa sugerente, Aguilar vuelve a preguntarse dónde fueron a parar los diez mil fusiles AK-47 –que el Ejército ecuatoriano no usa– que el entonces ministro Ricardo Patiño –mintiendo y callando– dijo que eran parte de un convenio de asistencia militar con China, pero que habían llegado junto con la ayuda para los damnificados manabitas y esmeraldeños del terremoto. “Para muchos –concluye Aguilar–, el narcotráfico tiene ventajas evidentes: financia la revolución, contribuye a la decadencia moral del imperio, agudiza las contradicciones del capitalismo. Es la coartada ideológica perfecta”. Tremendo. Desconcertante. De terror. Todo en un libro. (O)