Luego de haber recibido la moción de censura, el expresidente del Gobierno español Mariano Rajoy hubiese podido continuar su carrera con mayor fervor y pasión, convirtiéndose en líder de la oposición de forma enérgica, con mayor razón con el comprensible encono luego de su comentada destitución; en su lugar, Rajoy había dejado de ir a la Cámara Baja, había convocado a elecciones en su partido para que este decidiera de forma libre a su sucesor y había puesto en duda su continuidad como parlamentario español. El día de ayer fue más lejos, pues no solo renunció a su condición de diputado, sino que adicionalmente pidió que se lo reingresara como registrador de la Propiedad en la localidad de Santa Pola, una pequeña ciudad de alrededor de treinta mil habitantes.

Cito el caso de Rajoy como ejemplo notable de desapego político, es decir, del desprendimiento de los privilegios, prebendas y condiciones propias de un cargo político, con mayor razón tratándose de un expresidente de un gobierno por más que haya salido en desfavorables condiciones. La circunstancia de solicitar el reingreso a un digno cargo como lo es el de registrador de la Propiedad, naturalmente sin el brillo ni la euforia de otras funciones políticas, manifiesta una sensibilidad digna de resaltar, pues al menos en nuestro país tenemos un ejemplo que se destaca precisamente por lo contrario, es decir, tratar de estar a toda costa en el clímax del momento político. En ese contexto, resulta imposible imaginarse un escenario así en el Ecuador: el expresidente Correa postulándose para un cargo de registrador en una ciudad pequeña o función semejante, alejada definitivamente del fulgor de la lucha política.

Resulta claro que en el caso de Rajoy, su decisión personal hace trascendente su convencimiento de no sentirse ungido o predestinado, sino simplemente un ciudadano más que se encuentra en capacidad de cumplir con su conciencia cívica aportando desde una perspectiva pública distinta, lo que contrasta con aquellos que, tal cual señalaba, deciden mantenerse en su condición de actores políticos luego de haber ejercido el poder por años. ¿Es cuestión de conciencia, de convencimiento o de simple oportunismo político? Quienes defienden el hecho de que un exgobernante trate de mantenerse a toda costa y precio en el escenario político argumentan que se trata de un gesto patriótico y desinteresado que no hace otra cosa que reflejar el amor intenso que le tiene a la patria, sin embargo, hay quienes sostienen precisamente lo contrario, pues consideran que no se trata de manera alguna de amor a la patria, sino de ego desorbitado que no encuentra consuelo en la soledad luego del poder.

Quizás de eso se trate, que hay gobernantes que entran a una dimensión desconocida luego de abandonar el poder, con circunstancias dramáticas que resultan imposibles de tolerar si no es a través del mantenimiento en la vorágine política. En otras palabras, no pueden retomar sus vidas privadas en condiciones habituales, pues, quién sabe, son incapaces de soportarse ellos mismos. Eso es todo. (O)