Las calles de Nicaragua y Venezuela se han transformado en espacios donde la muerte por la libertad se ha convertido en hecho cotidiano. Los gobiernos de estos países no escuchan el clamor del cambio y solo responden con fuego. Nada queda de la revolución sandinista o los ideales de Chávez al inicio, hoy solo se cuentan los cadáveres y los heridos. Estamos ingresando en un peligroso callejón sin salida de la democracia formal en esos países que parece solo resolverse con más violencia o con una ruptura del sistema. Sostener un gobierno que tiene todo un pueblo en contra, armar a bandas parapoliciales para que acaben con sus hermanos disidentes solo puede concluir en una guerra civil, una cruenta dictadura o un golpe de Estado. Se está empujando la democracia hacia un despeñadero.

La OEA intentó esta semana enviar un mensaje dentro de las formalidades diplomáticas que tenían su impacto en el viejo orden. Hoy no sirve de mucho y sus propulsores fueron en su tiempo sostenedores de estos mismos gobiernos. El secretario general de la OEA, el uruguayo Almagro, fue canciller de Mujica y defendió con uñas y dientes el ingreso ilegal de Venezuela al Mercosur. Hoy busca sacarlo de la organización que preside. No se puede sostener principios sólidos con posturas incoherentes o ambivalentes. Estamos ante un nuevo reto: sostener la democracia con verdaderos demócratas y no con oportunistas para los cuales les da igual una cosa u otra. Estamos siendo representados por cínicos y estas crisis no son aptas para este tipo de personas.

El costo en vidas humanas es inmenso y el deterioro del sistema democrático es amplio e irreversible. Es tiempo de autocrítica para algunos sectores, como los empresariales en Nicaragua, que reconocen haberse equivocado apoyando al gobierno de Ortega. Ahora habría que ver cuánta sinceridad hay en estas expresiones o si solo son llevadas por la inercia de las circunstancias, en donde colocarse de opositor es el mejor negocio de cara hacia el futuro. Requerimos un nuevo tipo de liderazgo en América Latina. Aquellos que están dispuestos a respetar la vida de sus andantes y no a contarlos como consecuencia de la defensa de un régimen que ha violentado todos los principios humanos. A estos no les importa ser o no miembros de organismos desprestigiados por ellos mismos. Justificarán su dictadura, como la cubana, por un largo tiempo, sobre la base de un embargo que solo sirvió para empobrecer y radicalizar aún más el gobierno de los Castro.

Es tiempo de un mensaje del todo distinto. La administración de estos países con enormes potenciales no puede continuar cebándose en la vida de sus habitantes. No se puede gobernar con Tánatos porque de lo que se trata es que cada vida cuente como lo más trascendente que proteger en cualquier gobierno.

Mientras el volcán erupciona dejando a decenas de muertos y heridos en Guatemala, en su vecina Nicaragua el fuego y la lava que acaban vidas los pone el Gobierno, al igual que en Venezuela, donde el desgobierno expulsa por miles a varios de sus compatriotas.

Requerimos una nueva mirada sobre lo que significa democracia, gobierno, vidas, respeto a los derechos humanos. El viejo relato no sirve. Hoy estamos yendo hacia un camino sin retorno. Esta mascarada de democracia no aguanta más en Nicaragua y Venezuela porque sencillamente la vida no vale nada. Es preciso retornar no solo a un nuevo relato de la democracia, sino a una acción sostenida en el valor y trascendencia de la vida. Contar las crisis por los muertos y heridos es sencillamente dejar expirar a la democracia de fachada, en cuyo nombre campea el dolor impulsado por gobiernos indolentes. (O)