Cada gesto tiene un significado, pero hay que ubicarlos en su contexto. Porque están conectados con otros gestos, que juntos nos dan un mensaje. El lenguaje del cuerpo es más sincero, muchas veces, de lo que dicen nuestras palabras, pues lo que vemos, lo que oímos, los colores de la ropa, del entorno, las miradas, los gestos abiertos o disimulados son palabras de un discurso que casi todos interpretamos más allá de lo que las palabras expresan. Los gestos corroboran las palabras o las niegan.

Los niños hacen gestos, en general, al estado puro. A medida que nos hacemos mayores aprendemos a disimular, por eso hacemos menos gestos. Los políticos, muchos de ellos han aprendido a utilizarlos con fines proselitistas, por eso no siempre son creíbles.

La despedida triunfal del expresidente Correa, en un desfile con carro descubierto, rodeado de guardias a caballo vistiendo sus mejores galas, recorriendo las calles de la ciudad, trae a la memoria otros desfiles que marcaron la historia, no siempre para bien. Su salida de la Asamblea luego de la toma de posesión del actual presidente Lenín Moreno y la manera como esto interrumpió el discurso del nuevo mandatario ha quedado en la memoria de miles de ciudadanos.

La presencia del Dr. Gustavo Jalkh en la audiencia convocada por el Consejo de Participación Ciudadana transitorio también expresaba mucho más que sus palabras. Llegó con zapatos deportivos, pantalón blanco, camisa blanca no totalmente abotonada, sin corbata, terno negro. Aire desenfadado, casual, él siempre tan formal y cuidadoso hasta en el color de las corbatas que elige. Parecía haber venido de paseo. La manera como las personas se visten siempre transmite un mensaje, y en este caso quizás no es apresurado pensar que fue muy bien pensado. No fue consecuencia del azar ni del apuro. Fue un aviso. Que se leyó muy bien y que los hechos posteriores confirmaron.

Mientras en España, la censura que acabó con el gobierno de Mariano Rajoy fue una vitrina de gestos y actitudes. El ir hasta el escaño donde se encontraba Pedro Sánchez, estrecharle la mano, reconocer su triunfo y por lo tanto también su derrota, retirarse dignamente, fue un momento emblemático del proceso parlamentario.

Como lo fue la toma de posesión en la Moncloa, sobria, medida, con pocas sonrisas, pero sin gestos altisonantes para el vencido ni para el vencedor. Y se trata de una monarquía parlamentaria no tan representativa del sentir popular como nosotros pensamos que son nuestras democracias asoladas en su mayoría por el espectro de una corrupción galopante. La corrupción de su partido sacó del gobierno a Rajoy. A nosotros nos lleva mucho tiempo asumir la corrupción, denunciarla y juzgarla, y más aún actuar en consecuencia. Pero algo está progresando en el país y en el mundo en su conjunto, por lo menos en el mundo occidental. La corrupción no tiene un camino despejado y libre para enriquecer a unos pocos y comprar puestos, cargos y decisiones.

Todos estamos aprendiendo que las conductas tienen consecuencias.

(O)