“Correa era algo así como un acosador colegial, un adolescente que hace bullying a todo el país”, dice Santiago Roldós en Propagandia, el revelador documental de Carlos Andrés Vera. Propagandia nos refresca la memoria de esa historia reciente, de ese bullying que aguantaron periodistas, medios de comunicación y opositores, de ese cinismo impresionante con el que Correa y sus aduladores abusaron de su poder.

Muchos vivieron y sufrieron directamente ese abuso correísta. El periodista Juan Carlos Calderón cuenta en el documental de la inverosímil demanda por 10 millones de dólares que Correa le puso por el supuesto daño moral que el libro Gran Hermano le causó. Martín Pallares, periodista que recibió constantes ataques, relata cómo sus hijos pequeños le pedían que ya no siguiera hablando. El documental nos recuerda también los niveles absurdos de prepotencia institucional como cuando se exigió a Bonil que rectificara una caricatura por no “corresponder a la realidad”. Los complejos y la desvergüenza gobernaban por encima de la razón o la decencia.

Y gobernaba el miedo. Como el que relata Martha Roldós cuando a su hija “le pusieron dos veces una pistola en la cabeza”, o cuando “no solo yo, muchos periodistas y activistas fuimos las curiosas víctimas privilegiadas de ataques reiterados de supuestos maleantes”. O el miedo que sintió María Paula Romo cuando “me tumbaron la puerta de mi casa y la pusieron en la mitad de la sala”. O el que sintió Ruth Hidalgo, de Participación Ciudadana, cuando a su hijo de 17 años la Senain lo seguía y le tomaba fotos. Para otros ese miedo terminó en tragedia. El documental nos recuerda a quienes murieron asesinados en circunstancias no aclaradas: José Tendetza, dirigente indígena y activista antiminero; el general José Gabela, quien denunció corrupción en la compra de helicópteros; Fausto Valdiviezo, periodista que denunció la corrupción en los medios públicos.

Propagandia revive los abusos constantes de esa Ley de Comunicación que “creó todo un aparato burocrático para perseguir y sancionar periodistas”; por ejemplo, con la interrupción casi diaria de noticiarios con cadenas para dizque rectificar información. Revivimos también episodios vergonzosos como cuando “un niño de 14 años le hace mala seña a la caravana presidencial y otro niño de 50 años, que además es el presidente de la República, detiene la caravana para reprender a quien le ofendió”; o la forma perversa como en las últimas elecciones presidenciales, el Gobierno puso a todo el aparato estatal de comunicación y coerción al servicio de su candidato y en contra del opositor.

Al final, los abusos del Gobierno, la aplicación arbitraria de la Ley de Comunicación, la constante intimidación a medios, periodistas y cualquiera que criticara a Correa, nos llevaron a la autocensura. Las mayores verdades fueron las que no salieron al aire, las frases y artículos que escogimos no publicar, los tuits que borramos antes de enviar, no vaya a ser que disgusten al Mashi. Callamos para evitar ser perseguidos o atacados en la próxima sabatina.

“Después de diez años de un estado de propaganda queda en la sociedad una herida muy difícil de curar”, concluye Propagandia. Diez años de abusos que debemos recordar y sancionar, para que no se repitan, para vivir libres y sin miedo. Diez años que este documental hará más difícil olvidar.

(O)