Si la perversión configura un discurso, además de una práctica, un ejemplo representativo lo constituye el comunicado del llamado Frente Oliver Sinisterra dirigido hace un mes y medio a los gobiernos y a los ciudadanos del Ecuador y Colombia. Un discurso que preludiaba el horroroso asesinato de los tres del diario El Comercio, un discurso inscrito en la lógica inaugurada por el Manifiesto incluido en La filosofía en el tocador, del Marqués de Sade. Un clásico de la literatura perversa que expone el mecanismo fundamental de la perversión, la desmentida de la propia falta. El perverso ubica la falla y la responsabilidad de sus actos repugnantes en los otros y en el Otro del Estado, la sociedad y la cultura, con lo cual aparece como íntegro y sin tacha. En primera instancia, la perversión lo es de la lógica y del lenguaje, y luego de los actos.

Es necesario decirlo así, con todas las letras, por si acaso todavía exista quien piense que el terrorismo (incluyendo el narcoterrorismo) configura una gesta épica y libertaria, como nos lo hacían creer hace cincuenta años, y como todavía piensan muchos en nuestra tierra y en otros lugares del planeta. No hay heroísmo ni valor alguno en quienes asesinan cobardemente a ciudadanos indefensos, pretextando reivindicaciones sociales y políticas, que encubren actividades criminales ordinarias. No hay honor ni valentía en quienes guardan los restos mortales de sus víctimas para negociar y obtener beneficios económicos de los estados que asuelan con sus acciones. Solo hay cobardía y abyección que merece el repudio de todos. Solo hay infrahumanidad inclasificable.

Infrahumanidad inclasificable, porque estos criminales irrespetan un rito esencial que define nuestra condición de seres hablantes, aquel por el que honramos a nuestros muertos, los sepultamos y los guardamos en nuestra memoria. El rito mediante el cual la muerte trasciende lo meramente físico o biológico, y permite la simbolización de la pérdida a través del trabajo del duelo. Estos asesinos no son “guerrilleros heroicos”, como nos enseñaron a llamarlos hace medio siglo a partir de la ejecución del Che Guevara en Bolivia. Tampoco son animales, porque ellos se regulan por sus instintos y no comercian con sus presas. Ni humanos ni animales, solamente perversos, donde el “solamente” carece de inocuidad e implica que la perversión es exclusiva de nuestra especie y de su degeneración.

La retención de los restos mortales de Javier, Efraín y Paúl, por parte de sus verdugos, es un acto de lo más abyecto, que ofende a la condición humana. ¿Qué diálogo es posible con quienes están por fuera de los principios más elementales del lazo social que nos vincula y estructura? Porque quienes retuercen y pervierten la palabra escapan a cualquier posibilidad de acuerdo y credibilidad. El narcoterrorismo ha nacido y prosperado a la sombra de aquellas supuestas luchas guerrilleras que sostuvieron –hace medio siglo– algún discurso de reivindicación de los derechos y condiciones de vida de los más pobres, acompañado de la lucha armada. ¿En qué momento y de qué manera se derivó ese engendro? Quizás los nuevos tiranos del continente (los Ortega, Castro y Maduro), quienes hoy emulan a los tiranos del pasado a los que combatieron, podrían explicarlo. (O)