Hace muchos años leí con especial atención la obra Sociología política, del francés Maurice Duverger. Posteriormente, en los años ochenta, asistí a uno de los cursos que el eminente profesor, periódicamente, dictaba en la Universidad de Ginebra, en Suiza, en el cual abordó el rol de los grupos de presión, cuyos objetivos son el cuidado de intereses específicos en el escenario de la amplia estructura social en sus dimensiones económica, política y jurídica, esencialmente.

La búsqueda de la protección de diversos intereses es legítima, siempre y cuando se actúe en el marco del ordenamiento jurídico, que como lo hemos mencionado insistentemente, no se agota en las leyes y debe ser comprendido como un constructo social complejo en permanente evolución. Los grupos de presión buscan incidir en las decisiones políticas y en la opinión de la gente para que sus puntos de vista tengan una acogida positiva y sean apoyados colectivamente. Los grupos de presión son organizaciones complejas y cuentan con la participación de juristas, “lobistas”, relacionistas sociales y ciudadanos con distintas compe tencias, formados y capacitados, ilustrados y conscientes de sus objetivos, que conforman una estructura funcional para el logro de sus fines específicos. Los grupos de presión trabajan en todo el mundo.

El activismo de quienes operan en redes sociales, cuando es organizado y apunta al reconocimiento de determinados intereses, podría ser analizado y comprendido, considerando algunos elementos de la teoría tradicional de los grupos de presión.

En tanto en la sociedad, que es el espacio común en el cual conviven los intereses de todos, no existen para cada uno de ellos mecanismos como los ejercidos expresamente por los grupos de presión. No todos los intereses son gestionados para que se los reconozca y se incorporen a los sistemas político y jurídico. En democracia, son los representantes del pueblo, los designados por la comunidad en procesos electorales definidos con precisión, quienes deben cumplir con la función de defender los intereses de sus electores. Sin embargo, en la práctica esos representantes no necesariamente cumplen con su función primigenia y más bien responden a intereses partidistas y muchas veces personales o grupales.

Por estas razones, por la presencia de grupos que profesionalmente precautelan intereses, así como por la distancia real que se da entre el mandato que exige a los mandatarios que velen por los intereses de sus mandantes y una práctica diferente; y, por la posibilidad de que en redes sociales igualmente se defiendan intereses no siempre cabalmente comprendidos por la comunidad, es necesario que los ciudadanos se eduquen de mejor manera para así poder cuidarse a sí mismos y no ser víctimas incautas del conocimiento y experticia de los grupos de presión organizados, así como de la demagogia política o del griterío y vehemencia de algunos activistas en redes sociales. Nuestro nivel actual de educación y conocimientos es insuficiente para ser deliberantes frente a las sugestivas propuestas de la experticia, la demagogia o la vocinglería. Si nos mantenemos así, estaremos, sin percatarnos, viviendo el contenido de la célebre sentencia orwelliana “la ignorancia es la fuerza”. Claro, nuestra ignorancia representa la fuerza de los que saben, engañan o gritan.(O)