Me parece que uno de los factores más importantes en la formación de nuestra personalidad es la creación y el desarrollo de un adecuado sistema de introspección, que nos permita conocer, sin errores por benevolencia o errada autoestima, cuando nos equivocamos en conceptos, expresiones, acciones u omisiones.

Esto último porque me parece que a veces consideramos que los errores o faltas que cometemos se producen solamente como consecuencias de nuestras acciones, sin reparar que también podemos errar y fallar por lo que dejamos de hacer.

A veces esas omisiones pueden tener consecuencias tan graves y desastrosas, que nos lleven a la pena, arrepentimiento y afán de enmendar, lo cual no siempre es posible, para desazón de nuestro compungido espíritu.

Una de las tendencias naturales de las personas humanas normales es la protección, cuidado y preocupación por los pequeños de nuestras familias, su salud, desarrollo, estudios y trabajo.

También nos inquieta su desarrollo social, su futuro económico, la familia que vayan a formar con la persona más adecuada, que no sea antagónica sino complementaria, para su proyecto de vida común.

¿El amor familiar proyecta nuestra preocupación por el bienestar de nuestros descendientes de manera infinita? Sin duda. Me parece normal que quisiéramos que todos sean felices, haciendo felices a los suyos.

Pero… ¿y las demás personas? ¿Aquellas que no forman parte de nuestra familia consanguínea?

¿Cuáles son nuestros sentimientos o nuestros compromisos para con ellas?

¿Qué interés, preocupación o angustia nos generan esas personas?

Bueno… si pensamos en las relacionadas nacidas del compañerismo escolar, colegial o universitario, del trabajo común profesional, artesanal, empresarial, así como de jornadas compartidas: cívicas, políticas, algunos lazos nos vinculan y los buenos recuerdos nos deben generar interés, preocupación, incluso afán de ayudar cuando conocemos de sus problemas y dificultades.

Pero… ¿y los demás?

Cuando leemos en la prensa, oímos en la radio o vemos en la televisión, computadoras o teléfonos celulares desgarradoras historias humanas, en las que se descubre la maldad y el daño que producen acciones y omisiones degradantes, que afectan a personas sin distinción de su sexo, edad o situación social o cuando se trata de las consecuencias de vicios inducidos que perturban a menores y adolescentes: ¿qué reacciones se producen en nosotros?

¿Rechazo, desinterés, coraje, blasfemia, negación?

¿Y cuando los involucrados son menores, mujeres u hombres, siente acaso impotencia y hasta dolor, así como frustración y desesperanza?

¿Ha pensado que esta, la desesperanza, es sumamente nociva porque nos paraliza e impide que actuemos para luchar contra lo que está mal?

¿Debemos procurar la salud y bienestar solamente de los nuestros y no de las demás personas?

Esta inquietud quisiera sembrar en su espíritu y que se active cuando se encuentre frente a una situación deplorable que afecta a una persona desconocida: ¿Cómo reaccionaría si la persona afectada fuera una de las “nuestras”? ¿Familiar, amiga, conocida?

¿Debemos buscar, encontrar y procurar soluciones para que individual y socialmente hagamos respetar a todas las personas?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)