Si el primer año de gobierno de Lenín Moreno ha sido todo menos aburrido –como él mismo lo dijo– su informe de la nación fue, en cambio, lo más aburrido de los últimos 365 días. A estas alturas del partido sabemos bien lo que ocurrió el primer año, pero sabemos muy poco de lo que serán los siguientes tres. Sabemos que la estructura de poder correísta colapsó, que la revolución ciudadana fue una gran construcción ideológica y un montaje mediático, que la mesa nunca estuvo servida –“se llevaron todo”, aseguró Moreno– y que la élite que nos gobernó, con Correa en la cúspide, manejó los recursos públicos sin ningún escrúpulo. Su séquito –presos unos, huidos o en desgracia política otros– no cumplía otra función que aclamar al líder, subordinarse a sus delirios mesiánicos. Caído el mito, vino la urgencia de limpiar la suciedad.

El informe del pasado 24 era crucial no tanto para repetir la historia del fracaso de la revolución sino para mirar hacia dónde vamos, trazar las líneas maestras del poscorreísmo. Y allí Moreno volvió a mostrar poco: nada conceptual, muy ligero, cándido incluso. En política social un conjunto de programas sueltos al mando de su esposa. ¡El Ecuador ha vuelto a ser un país de primera dama! Nada de política internacional, muy poca cosa de política económica, ni una sola reflexión sobre el Estado –ese aparato enorme que nos dejó la revolución ciudadana y es una herencia pesada– y un optimismo propio suyo: frases que invitan a tener confianza. También sabemos que el Himno a la Patria, que siempre se entonaba en los actos solemnes del presidente Correa para exaltar su figura, ha sido reemplazado por el Himno a la Alegría, con versos de Schiller y genial música de Beethoven. El patrioterismo fue sustituido por un cultismo ilustrado medio postizo.

Si no fuese por el giro que dio el Ecuador en los doce últimos meses, y por el contexto dramático en el que debió ejercer el gobierno después de una década de prepotencia y autoritarismo, tendríamos que decir que Moreno deja la política en un vacío, sin explicaciones, sin rumbo, llena de inconsistencias, con pocas ideas y conceptos. Sabemos que Moreno no maneja muchos temas, pero habría sido bueno un esfuerzo suyo para mostrar especial atención en unos pocos que le den rumbo claro al Ecuador. Una serie de consideraciones sobre la economía, el ajuste, sobre el Estado y la libertad, sobre un modelo algo más complejo de vida democrática, era imprescindible; como también sacar conclusiones conceptuales fuertes sobre la tragedia de la revolución ciudadana, de por qué caímos en el autoritarismo, en la corrupción, en el estatismo, en el derroche, en la crisis de lo público, en el mesianismo, por qué él y muchos de sus colaboradores nunca se dieron cuenta de lo que ocurría. Reflexiones suyas sobre la izquierda, sobre la derecha, algo más sustancioso sobre el diálogo en política, pero nada de eso escuchamos.

Colaborar con Moreno debe ser como navegar en un barco de vela sin viento. De Moreno no hay que esperar mucho, lamentablemente. Si anuncia giros, los deja en el aire; en otros casos, como en política internacional, los deja simplemente en el vacío. Fue tan aburrido el informe que no crea interlocuciones interesantes, debates sustanciales, ni puntos de divergencia o convergencia frente a su gobierno. La sensación que deja el informe es que todo lo que debía ocurrir con Moreno ya ocurrió. ¿Será? (O)