Hay muchos colegios donde es prohibido que los hombres lleven el pelo largo y las mujeres lo usen con tinte de colores. Prohíben también tatuajes, piercings, uñas en tonos fuertes y se controla que lleven la chompa, medias, faldas, pantalones y calentadores con el logo del colegio, junto a zapatos perfectamente lustrados, pero en este exhaustivo control de formas descuidan que el bullying está filtrándose por debajo de la puerta y nadie quiere asumir la responsabilidad de fondo. Predomina una hipersensibilidad social que genera temor de denunciar por miedo a ser malinterpretados, así que prefieren esperar a que el tema se resuelva solo.

Según las cifras de la Subsecretaría de Educación de la zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondón), en el periodo lectivo 2017-2018 se registraron 2.102 casos de violencia entre estudiantes. Hace poco, el 13 mayo, murió Brithany, de 11 años, producto de los golpes que le habrían propinado cinco compañeros, cuando las autoridades del plantel se encontraban, el viernes 11, en una actividad por el Día de las Madres. Entonces, es necesario reconocer que vivimos tiempos violentos donde uno de los objetivos principales son los niños y adolescentes.

El bullying, la pederastia y los abusos están a la orden del día, desde diferentes frentes. Parecería que nadie está a salvo, que la maldad absoluta puede habitar en el personaje menos pensado y salir al ataque desde la circunstancia más eventual, pero no es posible vivir con temor, ni educar esperando una desgracia. Así que es imperativo estar alerta para impedir que los números de víctimas sigan aumentando, pero intentando mantener una actitud positiva.

En contraste, suele ser muy cómodo para algunos padres entregar la responsabilidad de la crianza de sus hijos al colegio, pero si alguien toma medidas contra ellos, inmediatamente reclaman la potestad irreemplazable para decidir su castigo. Entonces, tengamos claro que no es obligación de los centros educativos la crianza de niños y jóvenes, aunque siempre será importante que exista una atención constante, para detectar posibles casos donde problemas familiares puedan generar conflictos de conducta dentro de dichos centros. También es necesario que los padres recuerden que el colegio es un lugar donde el niño acude para adquirir conocimientos, aprender a manejar procesos de aprendizaje, formarse en el cumplimiento del deber y la responsabilidad que debe cumplir, pero los valores morales, espirituales y de comportamiento son tarea exclusiva de las familias, el centro educativo puede ser un complemento, pero no puede llevarse toda la carga.

Además, es necesario que los padres escuchen las palabras y el comportamiento no verbal de sus hijos, los niños necesitan sentirse amados y protegidos para poder hablar de lo que sienten, pero por encima de todo, necesitamos volver los ojos hacia adentro.

Finalmente, tengamos presente que la violencia es fruto de la violencia y prestemos atención a lo que sucede en nuestros hogares. Es momento de que colegios, autoridades pertinentes y familias trabajen en conjunto asumiendo cada uno la responsabilidad correspondiente, pero especialmente, empecemos a escuchar a los más pequeños, recordemos que Martin Luther King decía: “Un disturbio es el lenguaje de los no escuchados”. (O)