La noción misma de democracia es incompatible con la ambición de la canciller María Fernanda Espinosa –con el apoyo del presidente Lenín Moreno– de querer ocupar la presidencia de la 73ª Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. Espinosa fue actora en la década correísta y es corresponsable, como parte del gobierno de Rafael Correa, de todos los abusos que, precisamente, redujeron el ejercicio de la democracia en el Ecuador. Por eso es un despropósito que quien como ella contribuyera a destruir la democracia pretenda ahora trepar en la organización mundial más emblemática de la democracia.

Cuando al ghanés Kofi Annan, secretario general de la ONU, le concedieron el Premio Nobel de la Paz en 2001 dijo: “La soberanía de los estados no puede ser usada como un escudo tras el cual perpetrar graves violaciones de los derechos humanos”. El argumento contrario –que la no injerencia en los asuntos internos de cada Estado nos debe volver ciegos y sordos incluso ante las crisis humanitarias– ha servido para que Moreno y Espinosa, en los hechos, sean indolentes ante la catástrofe que para los venezolanos es el gobierno criminal de Nicolás Maduro. La hermandad de Espinosa con el régimen de Nicaragua es otra muestra de que ella no es una demócrata.

La cercanía de Moreno con Espinosa confirma, parafraseando al escritor Roberto Aguilar, que hemos iniciado el año duodécimo del correísmo. Los voceros morenistas, cuando intentan sus análisis coyunturales, recurren a la superficialidad de manifestar que el partido que ganó las elecciones fue Alianza PAIS. Esto es cierto, pero también lo es el hecho de que el correísmo no fue el proyecto por el que se votó; más aún, a la correísta Espinosa no la ha elegido el soberano. Es Moreno quien la escogió. Con esto quiero insistir en la responsabilidad de Moreno en torno a la débil política internacional ecuatoriana.

El historiador italiano Emilio Gentile, en el libro La mentira del pueblo soberano en la democracia (Madrid, Alianza, 2018), señala que los defectos actuales de la democracia son la hipocresía, la mentira, el engaño y todo aquello que produce una falsa o ilusoria percepción y comprensión de la realidad tal como es. Según Gentile, vamos derivando de una democracia representativa a una democracia recitativa, en la que “prevalecen las oligarquías de gobierno y de partido, la corrupción de la clase política, la demagogia de los líderes, la apatía de los ciudadanos, la manipulación de la opinión pública, la degradación de la cultura política a meros anuncios publicitarios”.

Este contexto vive actualmente nuestro país, con una democracia aquejada de profundo malestar: “Hoy parece que la sombra de la hipocresía democrática se va extendiendo con la representación escenográfica de una democracia recitativa, que tiene como escenario al Estado, como actores protagonistas a los gobernantes y como comparsa ocasional al pueblo soberano, que entra en el palco solo para la escena de las elecciones, mientras que el resto del tiempo asiste al espectáculo como público”. La ONU es una conquista de luchas centenarias de la humanidad que los políticos ahítos de poder no se merecen por recitativos e hipócritas. (O)