Se diría que al Ecuador lo han envuelto en la política de Rusia: el señor Correa, colaborador de la agencia Rusia Today, se trasladó a Venezuela para acompañar a Maduro en su farsa electoral; la canciller ecuatoriana –decidida partidaria de Maduro y de su fraudulenta elección– no atendió al llamado de la Asamblea, prefirió visitar al señor Putin, en Moscú; Assange, protegido de la revolución ciudadana, tiene montada en la Embajada ecuatoriana una oficina de espionaje, coordinada con Rusia, para intervenir en procesos electorales, como los de Estados Unidos y de Cataluña, en España; lo apoya Nigel Farage, político británico propulsor del brexit, de la separación del Reino Unido de la Unión Europea; probablemente, influyó con Rusia en el de Venezuela; Rusia ha felicitado entusiastamente a Maduro; esperemos que no haya intervenido en los del Ecuador, aunque sabía que de triunfar la oposición su asilo sería cancelado. Por el escándalo desatado por la denuncia del diario inglés The Guardian, en colaboración con Focus, de Ecuador, el presidente Moreno acaba de retirar la guardia montada para protección de Assange en la embajada en Londres, que lo espiaba al mismo tiempo. Todo por la bicoca de cinco millones de dólares del bolsillo de los ecuatorianos. Si no lo conocía el presidente Moreno, debe haberlo conocido la canciller, quien visitó a Assange en Londres. Correa nos arrastró a la confrontación entre las grandes potencias mundiales.

El desconcertante prolongado silencio que había tenido el Gobierno ante el triunfo pírrico de Maduro permite conjeturar que el presidente Moreno recibe, o recibió, presiones tanto para apoyar como para condenar la elección en Venezuela. Si no apoya a Maduro, este y otros dictadores pueden retirar su apoyo a la candidatura de la ecuatoriana a la presidencia de la ONU. El presidente parece estar en el dilema de escoger entre los intereses del país y los de su canciller. Una ministra que estando citada a comparecer ante la Asamblea Nacional, su juez político, pide vacaciones y la Asamblea tolera el desacato, sentando un nefasto precedente.

El horizonte se ve obscuro para Ecuador; si el Gobierno apoya a Maduro, estará en contra de la opinión mayoritaria de América: la del Norte absolutamente condenatoria; la del Sur opuesta, también, con excepción de Bolivia; en la del Centro, tiene Maduro el apoyo de Nicaragua, Cuba y El Salvador. Las sanciones económicas al Gobierno venezolano son devastadoras y podrían ser aplicadas, en alguna forma, a quienes lo apoyen.

Los ecuatorianos tenemos pésima memoria. Acabamos de constatar que la narcoguerrilla opera en gran escala en nuestro territorio, particularmente en Esmeraldas, y ya no nos preocupamos de las políticas que deben aplicarse para erradicar este mal. Para solucionarlo, necesitamos de la cooperación de Estados Unidos y de Colombia, no de Venezuela. En pocos días habrá elecciones en Colombia, en las que lo más probable es que gane la derecha de Uribe, que no reconocerá al gobierno de Maduro, como no lo hace la actual administración. El Gobierno debe renunciar absolutamente a la herencia de Correa, de su amistad con el chavismo. Eso demanda el interés del Ecuador. (O)