Respecto de mi texto anterior (‘Oncología’), un amable y riguroso lector me recordó uno que yo publiqué hace siete años en esta columna (‘Socializar la medicina’, 2011.01.25), en el que cuestionaba la práctica de los médicos, desde una posición aparentemente distinta a la del último escrito. El interés del lector me compromete a poner los dos textos en interlocución, para interrogar la formación y la práctica de los médicos, considerando el valor de la Deontología y de la Bioética que promueven reflexiones, debates y principios necesarios que regulan la práctica de los médicos. ¿Disciplinas fundamentales o “materias de relleno” como se las toma en algunas de nuestras facultades de Medicina? En una formación que tradicionalmente ha priorizado el conocimiento científico y la destreza técnica, desestimando la interrogación filosófica y el cuestionamiento ético.

No todos están dispuestos a pasar por los rigores de la formación médica, una formación permanente a lo largo de toda la vida profesional, a cambio de algunas satisfacciones y no pocas frustraciones durante todo el ejercicio, y sin garantía de prestigio, reconocimiento ni gratificación económica estable y suficiente en una sociedad como la nuestra. Ello no necesariamente convierte a los médicos en seres superiores o en profesionales Clase A en relación con otros, simplemente los singulariza o sugiere que la elección de la Medicina es un síntoma particular en el mejor sentido del término. Porque un síntoma no es exclusivamente la manifestación de una enfermedad o trastorno como piensan los médicos; un síntoma también es una formación de nuestro inconsciente, como una elección que nos anuda y le confiere estabilidad y productividad a nuestra estructura subjetiva, por ejemplo: escoger una profesión o una pareja.

La profesión de la medicina como un síntoma (en el mejor sentido) compromete y responsabiliza para toda la vida. Por ello, los preceptos deontológicos de la práctica médica promulgados hace 2500 años por Hipócrates de Cos acompañan el ejercicio cotidiano de todos los colegas. De igual manera, el debate bioético subjetivo es recurrente en las decisiones que los médicos toman todos los días. Entonces, Bioética y Deontología no deberían ser “materias de relleno” dictadas por docentes improvisados. Deberían ser referencias constantes para apuntalar el ejercicio del conocimiento científico y de la destreza técnica de la mejor manera para beneficio de los pacientes. Porque la erudición abrumadora y la habilidad manual sin cuestionamiento ético degradan fácilmente el saber médico a la condición de mercancía, realizando el prejuicio de nuestra población con respecto a los médicos.

Un prejuicio que el gobierno ecuatoriano anterior utilizó para socavar el poder y la autoridad de los doctores dentro de nuestras instituciones de salud, modificando la organización de esos lugares, persiguiendo y despechando a los médicos más antiguos, reemplazándolos por colegas cubanos obsecuentes y alentando subliminalmente el resentimiento y la agresividad de los pacientes ecuatorianos contra los galenos en los hospitales públicos. Una situación extrema, respecto a la cual valdría la pena que algún día los médicos nos preguntemos en qué momentos contribuimos a su génesis, cuando descuidamos los preceptos filosóficos y humanistas de nuestra práctica, atrincherados en el poder de la supuesta ciencia para defendernos del encuentro con el dolor de los sufrientes. (O)