Con asombro y tristeza he visto y leído en noticias acerca del fallecimiento de una niña a causa de golpes dados, supuestamente, por compañeros.

He escuchado una y otra vez la falta de responsabilidad de maestros y directores de las escuelas, los colegios, que su obligación como docentes es estar todo el tiempo monitoreando los salones llenos y vacíos. Pero el hogar también tiene un trabajo. Hoy en día muchos maestros son muy permisivos para no tener problemas con los padres de familia que siempre están dispuestos a demandarlos por abusos. Hay que analizar que en un colegio fiscal hay un solo inspector y las aulas tienen en ocasiones más de 30 alumnos. He sido maestra de colegio fiscal y, créanme, controlar a tanto niño junto en ocasiones sin personal suficiente o apoyo de compañeros de trabajo no es posible. Las leyes nos prohíben a los maestros tocar a los niños agresivos (no digo golpear), no podemos ni levantarles la voz. La ley no ampara al maestro si un estudiante es agresivo verbal y físicamente con él, y nos encontramos (literalmente) con las “manos atadas”. Hay maestros transgresores, es cierto, hay maestros cómodos y sinvergüenzas, pero también hay maestros dignos y capaces que tratan de educar y corregir conductas equivocadas y lo único que consiguen por parte de los padres son demandas por abuso psicológico infantil y ser despedidos de las instituciones.

No sé las circunstancias en que esta estudiante fue amarrada y amordazada..., pero si no hubiera pasado en la escuela o el colegio lo hubieran hecho en otro lugar, porque el problema... es la sociedad. La juventud está expuesta a tanta violencia en las redes sociales, en el cine, en la televisión y en donde también deberían estar seguros: en sus hogares. Estos niños, estos jóvenes, se convierten en “bombas de tiempo”, en depredadores que buscarán una presa, una víctima para dejar escapar todas sus frustraciones. Un “cáncer” que como tal será incurable hasta que los padres tengan el suficiente control y autoridad para monitorear lo que sus hijos ven en la televisión e internet; cuando los padres se sientan a dialogar y hacer cumplir las normas; cuando recuerden que más que sus amigos son sus padres y no deben tener miedo a los hijos ni tratarlos de comprar con obsequios o dinero. Ese día, cuando la familia y la escuela regresen a lo que fue, habrá menos niños asesinando niños.(O)

María Piedad Lombeida Alejandro, licenciada, Guayaquil