Ha pasado una semana dura y compleja para el gobierno de Macri. El llamado “supermartes” ha sido superado con creces devolviendo algo de confianza a una economía sostenida sobre bases nada firmes. Hay que hacer una cirugía mayor y se está midiendo cuánto puede soportar el enfermo. Las dudas están adentro y afuera, los especuladores se juegan un destino dominado por la incertidumbre en donde la inflación es el más pesado impuesto que paga una sociedad que no parece convencida de asumir los costos de los ajustes. El Gobierno no ayuda mucho. La contratación de personal “en negro” de sus altos funcionarios y la desconfianza hacia un hombre rico con múltiples intereses privados que conflictúan con lo público, tampoco ayudan. Los beneficiados por el sistema lucharán a pie firme esperando que el desgaste de Macri sea el mayor posible para que en los comicios del próximo año puedan desalojarlo del poder. No tienen opciones claras tampoco y por eso también... dudan.

La respuesta del FMI ha sido rápida y los signos de alarma mundial sobre el impacto de la crisis argentina a nivel del capitalismo global y regional demuestran con claridad el mensaje de hacer que el caso sea leído en clave para varios países que están saliendo de décadas de populismo y que requieren ajustes dolorosos. Quieren decirles a todos que estén tranquilos y que no habrá corrida ni corralito. Claramente no desean que cunda el pánico hacia adentro y menos que el fracaso de Argentina sea visto como la antesala de lo que puede pasar en varios países latinoamericanos donde el “socialismo del siglo XXI” vive una crisis de magnitudes. Si no logran manejar la crisis de la Argentina, esto puede acabar consolidando los regímenes de Bolivia, Nicaragua, Ecuador o Venezuela donde se libran combates cívicos en las calles y en los supermercados que amenazan con desangrar aún más a sus instituciones y habitantes. Aquí en Buenos Aires se siente el impacto de una sociedad malhumorada con razón, que debe soportar una inflación del 25% y con movilización del empleo muy débil. Si sumamos todo esto al hecho de que la economía se mide hoy más que nunca en percepciones psicológicas, podemos concluir que se ha instalado la duda en el país y pocos pueden predecir sus consecuencias.

Argentina está agitada y el malhumor se extiende entre todos. América Latina observa con atención el proceso de desmantelamiento del régimen de subsidios y sus costos, incluso a nivel de los inmigrantes, que abundan por millones en este país. Los recortes en atenciones a la salud y otros beneficios para los de afuera puede ser la próxima parada en este escenario donde la economía concentra el juego pero su impacto excede en mucho su ámbito en particular. Perciben que muchos vivieron demasiado tiempo de los subsidios del Estado e incluso consideran racional el debate sobre su permanencia, pero nadie en una economía en permanente crisis está dispuesto a ceder el pedazo de madera con el que evita su hundimiento.

Hay que seguir monitoreando una crisis de varios planos paralelos pero con claridad esta semana volvió a emerger la duda acerca de si tendrá espacio el Gobierno de Macri para dejar un legado que se prolongue en el tiempo y lo re elija o si estamos a puertas del retorno al punto de origen luego del paso inicial dado. Solo el tiempo –muy pronto y breve– podrá responder dicha interrogante. De momento todos dudan y con razón.