Mayo es el mes en el que el presidente Moreno deberá tomar decisiones ineludibles en economía, finanzas, política interna e internacional. Las circunstancias se lo exigen. Ya no podrá dilatar las soluciones. Las medias medidas no solucionarán nada. Deberá enfrentar resueltamente la totalidad de la crisis. Si sus decisiones son acertadas, el país saldrá adelante y su gobierno se fortalecerá. El presidente, durante este primer año, adoptó la enérgica medida de convocar a un plebiscito para descorreizar al Ecuador, pero, simultáneamente, convive con el correísmo. Fue una actitud decidida la de apoyar las acciones del Consejo Transitorio, pero deberá mantenerla implacablemente sobre sus quintas columnas que defienden los dos últimos bastiones del correísmo: el Consejo de la Judicatura y la Corte Constitucional. Si se los reorganiza, se reestablecerán los principios republicanos.

Al presidente, parece, le cuesta romper con el pasado; lo hace poco a poco. Al fin aceptó que la ministra que había en el pasado desconocido parte de la deuda no era la persona adecuada para obtener nuevos créditos y designó para reemplazarla a un ciudadano que se ha destacado en la empresa privada, de la que el Gobierno tanto necesita.

En el más grave de los problemas, el de la seguridad, luego del absoluto fracaso en el enfrentamiento a las narcoguerrillas, el presidente designó ministro de Defensa a uno de los más calificados militares, pero colocó en el Ministerio del Interior, por amistad o afinidad ideológica, a una persona carente de experiencia en el manejo de la lucha contra el crimen organizado, contra la narcoguerrilla.

Sería nefasto, irresponsable, contrario al interés nacional, apoyar al sanguinario Maduro. Este apoyo, y al otro sanguinario, Ortega, manchan el prestigio del Ecuador, y son un precio deshonroso, por los votos de Venezuela y Nicaragua en favor de la candidatura de la canciller a la ONU.

En el mes de mayo, ocurrirán dos trascendentales hechos en Sudamérica, los cuales tendrán hondas implicaciones para el Ecuador: las elecciones presidenciales en Venezuela y en Colombia. Los resultados de las de Venezuela serán desconocidos por una gran parte de los gobiernos de las democracias occidentales; varios le aplicarán sanciones económicas, que podrían hacerlas extensivas a sus afines. El Gobierno tendrá que decidirse: si reconoce a Maduro y sus fraudulentas elecciones anticipadas, se aislará de los países con los que mantiene sus principales relaciones financieras, comerciales y políticas. Asimismo, las elecciones en Colombia nos afectarán gravemente. Si triunfa Petro, exguerrillero, simpatizante del chavismo, no habrá acciones firmes contra las guerrillas y los disidentes de ellas, que son los que están gravitando sobre nuestra frontera, como se hizo evidente en los últimos hechos macabros en nuestra frontera norte; si triunfa el uribismo, con Duque –que parece lo más probable–, habrá una dura actitud contra los acuerdos de paz; no continuarán las negociaciones con el ELN. El uribismo será duro con Maduro. Para enfrentar nuestro problema con la narcoguerrilla, necesitamos de Colombia y de Estados Unidos, que no reconocerán a Maduro. Sería nefasto, irresponsable, contrario al interés nacional, apoyar al sanguinario Maduro. Este apoyo, y al otro sanguinario, Ortega, manchan el prestigio del Ecuador, y son un precio deshonroso, por los votos de Venezuela y Nicaragua en favor de la candidatura de la canciller a la ONU.

En mayo es el ser o no ser del presidente Moreno.

(O)