Los escándalos de corrupción en el Municipio de Quito constituyen la gota que derrama el vaso: una crisis múltiple golpea a la ciudad y la deja perdida sin horizonte y perspectiva. La alcaldía de Mauricio Rodas ha topado piso y difícilmente podrá recuperarse en el tiempo que le queda. Sus niveles de aceptación, los más bajos que haya tenido un alcalde en las últimas décadas, muestran que se han juntado una crisis institucional y una crisis de liderazgo, inédito en la vida política de la capital.

Los signos de la crisis son múltiples. Un Concejo fragmentado que muestra la debilidad y dispersión de las fuerzas políticas en la capital. No hay un solo partido o movimiento sólido, organizado, que pueda convertirse en un referente político. A Quito le llegó la crisis del sistema partidario provocado por el poscorreísmo: colapso y división de AP, debilidad de todos los partidos que emergieron en la última década, y extinción de los llamados partidos tradicionales.

La corrupción muestra la pérdida de una ética del servicio público que antes caracterizó a la ciudad. Los escándalos indican que los administradores del aparato –algunos de ellos de íntima confianza del alcalde– y los representantes políticos de la ciudad se corrompieron. Que el aparato tenía prácticas corruptas, chantajes, coimas, lo sabíamos todos, pero ha desbordado. Las investigaciones de la Fiscalía hablan de un perjuicio de 80 millones de dólares. Escandaloso e inaceptable.

Tenemos un aparato municipal enorme y burocratizado al que se suman empresas públicas cuya eficiencia está puesta en duda. Este aparato no tiene capacidad técnica para resolver los problemas básicos de la ciudad: transporte, basura, temas ambientales, manejo del territorio, planeamiento urbano, impuestos prediales. Un aparato pesado y denso, de un lado; y disperso, con unas administraciones zonales convertidas en espacios de negociación clientelar del alcalde, de otro.

Crisis de ideas sobre la ciudad, su horizonte y futuro; desmovilización de la ciudadanía que no se siente identificada con el alcalde, con el municipio, ni encuentra los espacios que la integren a una idea de gobierno participativo. Crisis de identidad, de referentes culturales, en el marco de un proceso de cambios estatales muy rápidos que han diluido la idea del centro, que tanto nutrió por décadas la identidad de Quito.

Quizá Rodas llegó al municipio solo para castigar a la Revolución Ciudadana y al propio Augusto Barrera por haber subordinado la ciudad al proyecto estatal de Alianza PAIS. El cargo le puso a prueba y le venció. Rodas no tiene un liderazgo claro, no ha podido concretar; sus proyectos estrella –Quito Cables y Solución Guayasamín– lucen superficiales frente a los temas de la ciudad, tiene un Concejo Municipal mediocre y dividido, y concejales corruptos. Sería dramático que de esta crisis múltiple, profunda de la ciudad, pensemos que se puede salir desde la añoranza del viejo quiteñismo, con la elección de una personalidad que nos salve. Quizá se pueda mejorar la gestión del municipio con mayor lucidez y liderazgo del alcalde, pero los problemas son tan hondos que requieren una cirugía mayor, una reinvención del aparato, un cambio del modelo de gestión, una renovación de las ideas, de la identidad y del concepto mismo de un gobierno participativo de la ciudad. (O)